H a r r y B e n j a m i n
P L E N I T U D
D E L
S E R
L a r e a l i z a c i ó n i n t e g r a l
a t r a v é s d e l
a u t o c o n o c i m i e n t o
Plenitud del Ser es una obra luminosa que le enseñará a vivir de manera creativa y a satisfacer los anhelos más profundos de su corazón.
Mediante una afortunada síntesis de las más trascendentes ideas filosóficas de Oriente y las más autorizadas prácticas psicológicas occidentales, Plenitud del Ser ofrece guiarle por el camino del autoconocimiento y el desarrollo de la armonía interior. El objetivo es alcanzar una verdadera realización personal, y, en consecuencia, la auténtica libertad.
Plenitud del Ser le muestra, de esta manera, la senda para encontrar formas de vida enteramente novedosas. ¡Así, suavemente y sin esfuerzo, experimentará una fértil y gozosa expansión espiritual!
CONTENIDO
l Conócete a Ti Mismo 1
II Camino a la Plenitud 4
III El “Yo” Imaginario 8
IV Observación de Uno Mismo 11
V El Autoanálisis 14
VI La Autojustificación 16
VII Personalidad y Esencia 19
VIII Desarrollo del Hombre 24
IX Emociones Negativas 27
X Diálogo Interno 30
XI Niveles del Ser 33
XII Metanoia 37
XIII Estados de Consciencia 42
XIV El Hombre y el Cosmos 44
XV El Mensaje Final 51
Capítulo I
Conócete a Ti Mismo
A lo largo de toda la historia, la religión siempre ha tenido su plano exotérico (externo) y su plano esotérico (misterioso, secreto). Las religiones del antiguo Egipto, de India, China, Grecia, Judea, Persia, Arabia, etc., todas ellas conforman esta tradición paralela, ya que es requisito de la mente humana el que haya un tipo de religión para las masas, y otro, secreto, para quienes tienen la capacidad interior de apreciarla y entenderla. No es una casualidad el que las enseñanzas interiores de todas las religiones conocidas de la antigüedad sean idénticas en esencia, aunque en sus características exteriores puedan diferir ampliamente. Las verdades interiores acerca del Universo y el Hombre que se encuentran en la religión del antiguo Egipto son similares a las que prevalecen en los Vedas, las antiguas enseñanzas religiosas de los hindúes; lo mismo sucede con las del budismo, taoísmo, judaísmo, helenismo y, por supuesto, cristianismo. Las enseñanzas esotéricas de la cristiandad se han perdido en gran medida debido a su aspecto exotérico, pero se mantienen intactas en el Evangelio -para todos aquellos que tienen la capacidad de aprehender su significado-, y de hecho Gurdjieff solía decir que el sistema de desarrollo interior que él enseñaba podía referirse como cristiandad esotérica. Su paralelismo con las enseñanzas del Evangelio se ha hecho todavía más evidente a través de los trabajos del finado doctor Maurice Nicoll, sobre todo en sus libros The New Man y The Mark.
La esencia de estas enseñanzas puede resumirse en la frase que aparece esculpida sobre los portales del antiguo templo griego en Delfos: Gnothi Seauton: Conócete a ti mismo. Puede parecer extraño que sólo mediante el conocimiento de sí mismo el hombre pueda llegar a comprender realmente los secretos y las verdades básicas del Universo, pero ése es el caso. Sólo cuando se llega a comprender en realidad lo que la frase “Conócete a ti mismo” implica, se puede apreciar la magnitud de su importancia y significado.
Antes de que el hombre pueda conocerse a sí mismo debe hacerse a la idea de que, en el momento presente, él no tiene dicho conocimiento. El individuo promedio da por hecho que se conoce a sí mismo, y por tanto tiende a suponer que cualquier alusión a este aspecto no es más que una pérdida de tiempo. O, en el caso de considerar que el precepto de conocerse a sí mismo encierra algún significado, supondría que todo cuanto pudiera requerirse compete al ámbito de la psicología moderna; daría por sentado que la psicología nos ha permitido conocer en su totalidad cómo funciona el mecanismo interior del hombre.
Nada podría estar más alejado de la verdad, y de hecho es ahí donde reside toda la problemática de las formas modernas de vivir. Y es porque el hombre moderno no se conoce a sí mismo, aunque crea lo contrario, y porque la psicología moderna es incapaz de darle una concepción auténtica de sí mismo, aún cuando piense que sí puede hacerlo, que surge el problema actual del hombre enfrentándose a sentimientos -comunes a todas las épocas- de hastío interior, frustración y futilidad, que todos tratamos en vano de encubrir o ignorar entregándonos a las diversiones, ambiciones y búsquedas típicas de la existencia cotidiana.
Nos hacemos a la idea de cumplir con un propósito, y tratamos de divertirnos a través de los deportes, la radio, la televisión, el teatro, la literatura, etc., pero en el fondo sabemos que no estamos satisfechos, y no logramos entender la razón de nuestra insatisfacción. Algunos consideran que la respuesta debe hallarse en la política o en la economía, en determinada ideología o credo, ya sea de derecha o izquierda; otros piensan que la respuesta radica en el eslogan: «volvamos a la religión» (implicando la religión ortodoxa en sus diversas formas); otros más piensan que finalmente nada importa, y que lo mejor es tratar de olvidarnos de nosotros mismos mediante el auxilio del alcohol, el sexo, las drogas, etc., etc. No obstante, todos coinciden en lo profundo de su ser, siempre y cuando sean lo suficientemente honestos para enfrentar el hecho, que la vida tal y como se vive ahora adolece de algo. Y lo que en ella falta es algo que nadie parece ser capaz de descubrir.
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Nos aventuramos a afirmar que la única respuesta posible al problema se debe buscar en la simple frase que hemos citado: CONÓCETE A TI MISMO. Cuando el hombre se dé cuenta de que en este momento él no se conoce a sí mismo y que la psicología moderna no es capaz de ayudarlo a lograr tal conocimiento (ya que ésta sólo se ocupa de sus funciones mentales y emocionales, y no del hombre como una totalidad, donde la mente y las emociones sólo constituyen una parte), entonces es probable que podamos empezar a movernos en la dirección adecuada. Y es precisamente en este punto donde entran en juego los trabajos de Gurdjieff y Krishnamurti; en sus muy particulares estilos, ambos se ocupan de advertir al hombre que en la actualidad éste no se conoce a sí mismo, y le señalan el único camino por el cual se puede llegar al autoconocimiento.
Muchos han oído hablar acerca de las antiguas Escuelas de Misterios, tanto en Egipto como en Grecia, y en muchas otras civilizaciones. En el templo de Delfos, que ostenta sobre sus portales la inscripción que a la que hemos hecho referencia, se impartía, en la intimidad de sus recintos, la enseñanza de Los Misterios (la percepción interior de lo que el hombre es en sí mismo), y los antiguos dramas griegos, que tuvieron sus orígenes también en Los Misterios. Los dramas que se representaban en el templo, como parte de la educación del público neófito, se ocupaban exclusivamente del mismo tema. En un plano externo, es decir, exotéricamente, el teatro griego representa las leyendas y los mitos antiguos de la religión, en forma de tragedia. Pero en un plano interno, esto es, esotéricamente, en realidad refieren las luchas que se liberan en el interior del alma humana, lo que le permite de manera gradual llegar a un verdadero conocimiento de sí misma, logrando incluso emanciparse de la oscuridad que nubla los ojos y las mentes del género humano en general y le mantiene atado a las insensateces y futilidades que conforman las formas convencionales de vivir. Lo que en ese entonces sucedía en la antigua Grecia es en esencia comparable a lo que en la actualidad puede verse en Europa, América o cualquier otro lugar.
Esquilo, Sófocles, y ese otro gran escritor de tragedias griegas, Eurípides, entendían el verdadero significado y propósito de los dramas que representaban. Si se posee cierta capacidad de percepción interior, es posible ver con exactitud lo que ellos trataban de transmitir, al igual que se puede hacer con las obras más importantes de Shakespeare, cuando se logra captar su significado interior (esotérico). De hecho, podría afirmarse categóricamente que todo el gran drama se centra esencialmente en el tema HOMBRE, CONÓCETE A TI MISMO, aún cuando en un nivel superficial no parezca haber bases para hacer tal aseveración. Cuando Edipo, en la inconsciencia total, se une en matrimonio con su madre, tras asesinar inadvertidamente a su padre, y más tarde se da cuenta del terrible atentado moral que ha cometido, no tiene más remedio que infligir sobre sí mismo una terrible venganza. Esto bien puede parecer tan sólo una sombría tragedia sin otro motivo que sacudir los sentimientos del público; pero para quienes poseen una percepción interior, la obra encierra algo mucho más importante en todos sentidos. Todo forma parte del desarrollo interior del hombre, etapa por etapa. La tragedia de Edipo es la representación, trágica y dramática, del proceso que puede sobrevenir en la vida de todos nosotros, una vez que nos damos cuenta que el autoconocimiento es el único camino posible hacia la obtención de ese verdadero entendimiento de nosotros mismos que el Esoterismo a lo largo de todas las épocas ha proclamado como el auténtico destino del hombre evolutivo. Existen dos formas de evolución: una es la evolución masiva en la cual participa el género humano como una totalidad, sin que haya una verdadera consciencia o entendimiento de su parte; la otra es aquella en que el hombre participa de manera consciente, porque sólo a través de ella puede desarrollar las fuerzas innatas que le pertenecen por derecho divino, esto es, por derecho de nacimiento como entidad humana en el gran Plan Cósmico de Creación.
Este último y más fundamental tipo de evolución es en esencia individual. El género humano en general desconoce la existencia de esta clase de evolución, y debe permanecer a ciegas sin tener consciencia de ella mientras se dedica a alcanzar anhelos y objetivos que no hacen sino imposibilitar la percepción de tal crecimiento. Sin embargo, el Esoterismo ha conocido el secreto a lo largo de toda la historia del hombre, y se le ha resguardado en templos, mezquitas y en las secretas enseñanzas de los cabalistas, alquimistas, profetas y sabios de todos los tiempos. Son estas mismas enseñanzas las que ahora se ponen al alcance del mundo moderno a través de las obras de Gurdjieff y Krishnamurti, si bien expuestas en sus formas muy particulares. Tales enseñanzas son tan viejas como las montañas, pero aún así continúan siendo lo más nuevo que jamás ha existido; y siempre habrá de ser así. Tienen la cualidad de ser a un tiempo antiguas y nuevas, ya que siempre serán nuevas a los ojos de quienes nunca antes se habían topado con ellas, y sin embargo, siempre han permanecido celosamente guardadas por los guardianes de la tradición esotérica.
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Quienes por primera vez se percaten de la existencia de este tipo de enseñanzas pueden considerarse afortunados por el hecho de reconocer su inherente valor en términos de desarrollo interno, riqueza de vida, y propósito en la existencia. Estas enseñanzas proporcionan el único propósito auténtico de vivir en un mundo donde tal propósito se encuentra totalmente ausente, y que hace que los hombres y las mujeres pensantes se sientan insatisfechos con la vida. La vida sin propósito es una mera estafa y lleva al hastío; la vida con un propósito (auténtico y profundo) es la única clase de vida que vale la pena vivir; y sólo cumpliendo con el precepto de HOMBRE, CONÓCETE A TI MISMO es posible encontrar este propósito oculto.
Ésta, sin embargo, no es una tarea sencilla; de hecho exige un máximo de esfuerzo y tenacidad; pero nada podría ser más valioso y gratificante en sus resultados. Una vez que uno se ha enfilado por el sendero del conocimiento y la realización interior, se empieza a experimentar, finalmente, la percepción de que todos formamos parte de un mundo maravilloso, y de que el hombre y el Universo son en realidad una misma cosa. Cada uno es parte de LA TOTALIDAD, y como tal, como una parte consciente, el individuo percibe cada vez más ese vasto receptáculo de paz interior, belleza y armonía que constituye el tesoro que se ofrece al hombre en tanto sea una entidad consciente, en contraposición al común del género humano, con su ciega incapacidad para entender lo necesario del autoconocimiento, y su falta de sensibilidad para apreciar todas las maravillas y milagros del Universo que la Naturaleza nos ha prodigado con tal abundancia.
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Capítulo II
Camino a la Plenitud
Dado que el problema que enfrenta el hombre moderno es el de conocerse a sí mismo, tratemos de explicar por qué en la actualidad él no consigue alcanzar tal conocimiento. Esto obedece a que el hombre considera que su persona es todo cuanto hay de él; cree que su cuerpo físico, con su mente y sentimientos, es la suma total de la entidad que considera ser en sí. Algunas personas, de tendencias más materialistas, llegan incluso a negar que la mente existe. Pero incluso aquellos que están dispuestos a aceptar que la mente del hombre es independiente de su cuerpo, al igual que las emociones, que no sólo son consecuencia de procesos físicos, no tienen idea de dónde pueden estar localizadas tales «funciones». La psicología moderna, que se ocupa de estudiar la mente y las emociones, es igualmente incapaz de definir lo que es la mente o en qué parte puede estar ésta alojada dentro de la entidad humana. Sin embargo, casi todo el mundo parece estar de acuerdo en que, fuera de lo que pueda ser la mente o del lugar que ocupe, en la trinidad mente-emociones-cuerpo físico radica todo cuanto forma parte del hombre: homo sapiens. Quienes tienen una concepción más religiosa afirman que el hombre tiene alma y espíritu, además de otros factores; pero de nuevo su ubicación constituye un misterio. Y es sólo cuando optamos por pasar de la psicología occidental a la psicología oriental que podemos empezar a obtener una respuesta al problema de la constitución básica del hombre.
En el mundo occidental son muchas las personas que tienen una opinión desfavorable acerca del conocimiento y la filosofía de Oriente; quizá supongan con convicción occidental que todo cuanto proviene de su mundo invariablemente debe ser superior a lo que pudiera generarse en Oriente. Esto es explicable porque en lo referente a descubrimientos científicos e invenciones el mundo occidental lleva una gran ventaja sobre el oriental; sin embargo, en cuestiones de religión, filosofía y psicología, Oriente tiene una tradición de conocimiento y percepción que va más allá de todo aquello que es del dominio de las mentes occidentales.
En las antiguas enseñanzas de India, China, Egipto, etc., las verdades interiores referentes a la verdadera constitución del hombre eran plenamente conocidas y transmitidas a discípulos selectos como parte de la preparación religiosa propia del sacerdocio. Ha sido hasta hace relativamente unos cuantos años (menos de un siglo) que este acopio interior de conocimiento y sabiduría se ha puesto a disposición del mundo occidental, sobre todo a través de los trabajos de la desaparecida Madame H.P. Blavatsky, fundadora de la Sociedad Teosófica. Cuanto más se explore esta mina de conocimiento y aprendizaje, mayor será el asombro que nos provoque su profundidad, al igual que los presagios, miles de años atrás, de muchos de los grandes descubrimientos de la ciencia moderna. Es en estos antiguos escritos y enseñanzas donde se debe buscar el conocimiento referente a la Evolución (evolución más espiritual que todo lo que hasta ahora haya conocido la ciencia moderna); también se impartía lo concerniente a la estructura atómica de la materia, así como lo tocante a la composición real de las estrellas, planetas y universos, de lo que tanto se ocupa la astronomía moderna. Todo esto y mucho más era del dominio de los profetas y sabios de la antigüedad de cuyos trabajos nos enteramos a través de los Vedas y otras sagradas escrituras de la antigüedad oriental. Y el conocimiento que tenían de la verdadera psicología también resulta asombroso; sabían cómo es en realidad el hombre, y fueron capaces de solucionar el problema de la relación entre el cuerpo físico del hombre, la mente y sus emociones, mostrando que la entidad humana posee otros cuerpos, los cuales existen más allá del vehículo meramente físico que todos podemos ver.
Las antiguas enseñanzas de Oriente mostraban que había un cuerpo emocional, compuesto de una materia mucho más fina que el cuerpo físico, que compenetraba con éste; y había un tipo de materia aún más fino que constituía el cuerpo mental, que a su vez se compenetraba con los cuerpos emocional y físico. Así, el hombre posee este tipo de cuerpos que se componen de materia cada vez más sublime, y que al mezclarse constituyen una entidad compuesta: el hombre. Los cuerpos más evanescentes son los que conforman su alma y espíritu. En suma, la psicología oriental nos dice que el hombre posee siete cuerpos que se compenetran y que tienen diversas densidades de materia, a-
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barcando desde la más espiritual hasta la de mayor densidad física. Es esta entidad de siete cuerpos lo que en realidad es el hombre* aún cuando sólo tenga conocimiento de lo meramente físico en sí. Para la ciencia moderna sólo existe el cuerpo físico y la materia física, aunque sus investigaciones han puesto de manifiesto que la materia en sí no es más que electricidad en violento movimiento. De esta manera, los cuerpos invisibles a que hemos hecho alusión pueden concebirse como formas imponderables de electricidad cósmica, que los métodos e instrumentos de la ciencia actual son incapaces de percibir o contactar.
La psicología oriental puede hacer que el hombre realmente se conozca a sí mismo, a través de su conocimiento de que el hombre es una entidad conformada por siete cuerpos de materia cada vez más fina, que van desde el nivel más espiritual al más físico, y donde cada uno de los cuerpos superiores se va compenetrando con los de menor jerarquía.
No es esencial para los propósitos de este libro que el lector acepte plenamente la idea de que el hombre está constituido por siete cuerpos; sin embargo, deberá estar preparado para admitir de manera hipotética la posibilidad de que el hombre es una entidad mucho más compleja de lo que se le ha hecho creer. Si desde ahora admitimos la posibilidad de que el hombre es algo más de lo que superficialmente piensa que es, podremos empezar a darnos cuenta de por qué la concepción actual que tiene de sí mismo es insatisfactoria y le impide llegar a un conocimiento auténtico de cómo es él en realidad.
Si el hombre considera que sólo es un cuerpo físico provisto de emociones y mente, que de alguna manera y en cierto lugar le fueron incorporadas, y -en caso de tener una mentalidad ortodoxamente religiosa- si también cree poseer un alma y un espíritu en alguna forma por entero desconocida, entonces la atención del hombre está enfocada de manera más o menos exclusiva en ese mecanismo físico, con sus atributos mentales y emocionales. Esto es lo que él considera como su propia persona, y se pasa toda la vida tratando de obtener la mayor satisfacción posible -en términos de placer y evasión del dolor- en beneficio de la entidad que él tiene por sí mismo.
Para el hombre moderno sólo existe un mundo, y éste es el mundo externo del cual le dan cuenta sus sentidos. En otras palabras, su vida entera está basada en los sentidos, y todo por cuanto lucha o espera en términos de ambición, felicidad, etc., acude a él a través de los sentidos. Incluso aquellos que creen en la existencia del alma y el espíritu, y en una vida eterna más allá de la tumba, coinciden en realidad, si no en teoría, con muy contadas excepciones, en este punto de vista; tienen la idea de que el hombre es un ser espiritual, pero en realidad suelen comportarse como los demás, y su centro de gravedad radica en el conjunto formado por cuerpo físico, mente y emociones, con los sentidos como la pauta que regula la conducta (es decir, la obtención del placer en sus diversas formas, y la evasión del dolor, la incomodidad, etc., hasta donde lo permiten las circunstancias personales, el entorno, etc.).
Si analizamos la cuestión desapasionadamente, es fácil ver que en la actualidad la vida del hombre está regida por el principio placer-dolor. A través del placer, ya sea en sus manifestaciones más crudas o las más sutiles, el hombre experimenta una expansión de sí mismo (o de lo que él considera como sí mismo); a través del dolor, en cualquiera de sus manifestaciones (a nivel mental, emocional o físico), siente una depresión o reducción de sí mismo. Así, toda su vida oscila entre estos dos opuestos, que lo dominan en cualquier esfera de actividad, ya sea que tenga que ver con el trabajo diario, el ocio, o cualquier otro aspecto vinculado con su existencia como una entidad que tiene la capacidad y el poder de pensar, sentir y actuar.
Si a esta trinidad compuesta por cuerpo físico, mente y emociones la designamos como el yo, podemos afirmar que el hombre actual considera que este yo es todo cuanto existe de sí mismo (aparte de un alma o un espíritu meramente hipotéticos); toda su vida gira en torno a ese yo y en cómo hacerlo más feliz, procurándole comodidades, satisfacciones, etc., por todos los medios que pueda considerar disponibles para tal propósito. Pero también es cierto, como podrán reconocerlo las personas más perspicaces, que el hombre, lejos de alcanzar tales objetivos con consistencia, no ___________________________________________________________________________________________________
* Algunos sistemas consideran que son cinco los cuerpos que se compenetran, en tanto que para el Sistema Gurdjieff sólo existen cuatro: físico, emocional, mental y espiritual. Pero todos estos sistemas, que derivan de la tradición oriental, se basan en el mismo principio: la compenetración de cuerpos de materia cada vez más fina.
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logra hacerlo más que fugazmente y a intervalos, mientras pasa la mayor parte de su vida lamentándose del hecho de sentirse infeliz, insatisfecho, rechazado y hastiado de sí mismo y de la vida en general.
En síntesis, aunque el hombre hace de la obtención del placer y la felicidad su finalidad en la vida, es incapaz de alcanzar ese objetivo, y lo único que logra es obtener lo contrario, con pequeños destellos de placer y felicidad aquí y allá, y un estado de satisfacción sumamente endeble. El vivir una vida de verdadera felicidad y satisfacción está más allá de sus posibilidades; constantemente siente que debe haber una forma de alcanzar esto; de ahí que siempre esté a la búsqueda de medios para lograrlo. En algún momento considera que puede obtener la felicidad mediante el dinero, el poder, la satisfacción de ambiciones, etc.; otras veces siente que ésta puede alcanzarse trabajando en favor de la humanidad en las esferas social y política; a través de manifestaciones más estéticas como la literatura, el arte, la música, etc.; o entregándose a la realización de trabajos científicos, o en la filosofía o la religión. Pero mientras el hombre considere que el yo es la única realidad que existe dentro de él, y que la propia satisfacción a través de los sentidos es el único criterio para vivir con plenitud, sin importar cuál sea el rumbo que tome, siempre se verá condenado al desengaño. ¿Por qué? Porque mientras el hombre se afane en procurar al yo la auténtica satisfacción y felicidad de la vida, sus miras estarán enfiladas hacia la dirección equivocada. Debe aspirar a ver más allá del yo, a algo que está fuera del alcance de la percepción física y con lo cual no se puede establecer contacto directo a través de los sentidos. Debe ver hacia esa parte de sí mismo, compuesta por porciones más refinadas y espirituales de esa estructura de siete cuerpos que, como ya dijimos, la psicología oriental tiene por ser la verdadera composición del hombre. El yo que todos conocemos y que damos por hecho, tan sólo constituye los aspectos inferiores y menos refinados de esa entidad; son las porciones superiores de ésta las que conforman lo que podemos llamar el VERDADERO YO o la Individualidad, y son las actividades del yo ordinario las que impiden que éste se ponga de manifiesto.
Es importante no relacionar este Yo más profundo con los términos alma y espíritu, ya que esto sólo serviría para crear confusión. Los términos alma y espíritu (como comúnmente se les concibe) no se aplican aquí, ya que este Yo Interior no necesita esperar la muerte y una vida más allá de la tumba para manifestarse, pues lo puede hacer en el aquí y en el ahora, en tanto se le proporcione la oportunidad para que así sea.
Sin embargo, tal oportunidad sólo puede presentarse cuando estamos conscientes de la existencia del Yo Interior, y nos damos también cuenta de que es el yo ordinario -al que consideramos como nosotros mismos- el principal obstáculo que impide que el Yo fundamental emerja a la vida cotidiana. En síntesis, el hombre posee dos yoes, no uno, y el Yo más esencial y auténtico nada tiene que ver con el yo habitual que conocemos, además de que éste nunca podrá manifestarse en tanto consideremos que el yo ordinario es nuestro único yo. Mientras persistamos en creer esto, el Yo más esencial será incapaz de hacerse presente ante nosotros y ocuparse en dirigir nuestras vidas, y mientras no le brindemos al Yo fundamental la oportunidad de manifestarse y regir nuestras vidas, no podremos aspirar a una verdadera felicidad y satisfacción en nuestro vivir: los dos más grandes anhelos del yo ordinario, y que sin embargo, no es capaz de asegurar de manera permanente.
De ahí la razón del precepto que aparece esculpido en el portal del antiguo templo griego en Delfos: GNOTHI SEAUTON: CONÓCETE A TI MISMO. Mientras que el hombre no logre conocerse a sí mismo por lo que realmente es, o sea, un yo que es la combinación de cuerpo físico, mente y emociones, además de incorporar un Yo fundamental que constituye el verdadero centro y núcleo de su ser, continuará cometiendo errores e insensateces a lo largo de su vida. Al considerar que su yo ordinario es todo cuanto existe de él, estará tomando en cuenta la parte errónea de sí mismo para la consecución de todo cuanto considere como lo mejor para su vivir, y en consecuencia desatenderá aquello que realmente puede procurarle felicidad y satisfacción.
La felicidad y satisfacción que el Yo más profundo y esencial permite alcanzar es muy diferente a la felicidad y satisfacción que se afana en obtener el yo cotidiano; y es en este aspecto donde surge la dificultad. El hombre busca la felicidad en la dirección equivocada y a través del medio erróneo, y así inevitablemente se ve frustrado, sin importar cuál pueda ser su trayectoria en la vida, o sus dones y potenciales; desde el principio está condenado al fracaso porque va a hacer las cosas de manera
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equivocada y por motivos erróneos; y en tanto que no se conozca a sí mismo por lo que realmente es, y dé los primeros pasos para empezar a controlar a su yo cotidiano, dejando que su Yo más esencial y profundo opere, su vida seguirá siendo una carga donde prive el desengaño.
Por fortuna, a lo largo de toda la historia siempre ha habido personas que han entendido el significado del aludido precepto, y, de hecho, éste constituye la parte medular de todas las enseñanzas auténtica-mente religiosas, sin importar cuál sea el credo. Es el auténtico Esoterismo, que le enseña al hombre el verdadero significado y propósito de la vida, y que puede mostrarle el camino para alcanzar ese objetivo. Como ya se dijo antes, estas mismas enseñanzas se pueden encontrar en los escritos de Maurice Nicoll y Krishnamurti, que en conjunto ofrecen la clave para alcanzar el anhelado objetivo. Escribir acerca de este aspecto es una cosa, pero otra muy distinta es ser capaz de indicar realmente los pasos que se deben seguir para llegar al objetivo de la búsqueda. En realidad, esto último constituye el adiestramiento individual más importante que puede llevar a cabo todo aquel que perciba para sí la conveniencia de alcanzar tal objetivo, y es por ello algo invaluable. En los capítulos siguientes trataremos de señalar las formas en que esta realización puede alcanzarse; pero naturalmente una verdadera práctica sólo se puede seguir remitiéndose a los trabajos de Maurice Nicoll y Krishnamurti. Lo más que podemos hacer es señalar el camino. Y esto va destinado a quienes se interesan en aplicar en sus vidas las ideas expuestas analizando con rigor los estudios mencionados (así como la obra de Ouspensky “In Search of the Miraculous”, en inglés, o “Fragmentos de una Enseñanza Desconocida”, en español).
Este sendero es en realidad el único hacia el verdadero autoconocimiento, mismo que puede transformar la vida de todo individuo que asuma la tarea. Puede conducirlos a un estado de paz que va más allá de todo entendimiento, ya que los pone en comunión directa con la parte más esencial de sí mismos, de la cual nunca antes habían tenido consciencia; es en realidad la parte divina de sí mismos, dado que está inmersa en la misma Esencia Creativa que dio origen al universo externo en el cual vivimos y en donde habita nuestro ser.
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Capítulo III
El “Yo” Imaginario
En el capítulo anterior indicamos que la entidad humana puede dividirse en dos partes: el yo ordinario (personalidad), y la parte más real pero invisible de uno mismo (individualidad). Todos nosotros consideramos que la personalidad es lo que somos, y damos por hecho que ésta es una entidad consistente. Tal concepción no es más que una idea ilusoria, y es el origen de las innumerables dificultades que surgen en el vivir cotidiano. Aparte de que la personalidad no es nuestro Yo verdadero, tampoco es un yo o entidad definitiva. En un momento puede ser una cosa y otra muy distinta al siguiente, según la idea o actitud que domine en nosotros en ese instante. En determinado momento podemos estar ocupados en comer, pero al poco rato es posible que nos encontremos discutiendo acerca de política con alguien que casualmente nos acompaña a tomar el almuerzo. Nuestro «yo» que se ocupa de comer no es el mismo «yo» que se enfrasca en discutir acerca de política, aún cuando ambos se encuentren alojados en el mismo cuerpo físico y utilicen el mismo mecanismo mental y emocional para expresarse.
Esta es una idea sumamente difícil de asimilar, y no debería tachársele de absurda, pues lejos de serlo, y una vez que se logra desentrañar su significado, puede modificar en gran medida el conocimiento que tenemos de nosotros mismos y de otras personas también. En este sentido todos somos exactamente iguales. Estamos invadidos por miles de estos «yoes«, cada uno de los cuales representa una idea, actitud o punto de vista. Algunos de estos «yoes» son mucho más poderosos y perdurables que otros, mientras que otros son muy débiles y recientes. Pero una vez que tomamos consciencia de la situación y empezamos a observarnos a nosotros mismos, es fácil ver cómo los diversos «yoes» operan en nuestra persona, cada uno ocupando el lugar del anterior en una vertiginosa sucesión a lo largo del día. Esto tiene lugar conforme a la situación o circunstancias que intervienen en la personificación de las ideas, anhelos, creencias; en síntesis, todos los enseres del pensamiento y la vida emocional que posee la personalidad, producto de la educación, los factores sociales y las influencias conformadoras de la vida en general.
Por tanto, de acuerdo con el Sistema Gurdjieff *, lo que tenemos por nosotros mismos no es más que una entidad imaginaria, una ilusión; simplemente no existe, aunque a los ojos de nosotros y de todo el mundo parezca ser bastante real y de verdad sólida; se le asigna una continuidad inmutable ilusoria por el simple hecho de que es el mismo cuerpo físico el que se usa todo el tiempo, al igual que la misma mente y las mismas emociones.
Una vez que se logra captar esta idea en apariencia oscura y extraña, podremos ver claramente por qué nos comportamos de manera tan diferente en distintos momentos y bajo distintas situaciones. Si en un momento bien podemos estar despreocupados y felices, al siguiente algo nos puede conducir a la más profunda melancolía; y es probable que poco después caigamos en un estado en que todo nos provoca hastío e indiferencia. Todo esto obedece al «yo» que se haya estimulado para entrar en acción de acuerdo con las circunstancias del día. Por supuesto que es vergonzoso y humillante tener que reconocer que no somos una entidad real y compacta todo el tiempo; esto representa un golpe para el orgullo que sentimos de ser nosotros mismos; y es probable que muchas personas nunca lleguen a estar en condiciones de aceptar esta idea. Pero para quienes pueden ver la verdad que esto encierra, servirá para preparar el camino que los lleve a intentar por primera vez el conocimiento auténtico de sí mismos, lo cual es la única finalidad del adiestramiento y las enseñanzas esotéricas.
El tener consciencia de que no somos más que una masa de «yoes» en conflicto que se han gestado por efecto de la educación, los factores sociales, la sugestión, la literatura, la radio, la televisión, y todos aquellos factores a que estamos expuestos y que moldean nuestros pensamientos y emociones, nos hace darnos cuenta de que el «yo» que tenemos por nosotros mismos, el Sr. A., la Sra. B. etc., es tan sólo producto de la imaginación: la imaginación de nosotros mismos. Y no es sino ___________________________________________________________________________________________________
* En esta obra se hará referencia al Sistema Gurdjieff como “El Sistema”, aunque en los Psychological Commentaries del doctor Nicoll se usa la frase “El Trabajo”.
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hasta que logramos entender este hecho vital que podemos empezar a desarrollar la parte más real de nosotros mismos, hasta este momento desconocida, que podemos aspirar a convertirnos algún día en una entidad real. Esta entidad será consistente en sí misma, dado que está regida desde el interior por la consciencia, y no es ese juguete del momento que ahora somos, gobernado por factores externos y por una falta de conocimiento acerca de nuestra verdadera posición en relación con nosotros mismos.
De modo que existe una gran diferencia entre el yo que somos en la actualidad y aquél que llegaremos a ser un día como consecuencia de haber trabajado en nosotros mismos conforme a los lineamientos y bajo las condiciones que dispone el adiestramiento esotérico. Entonces entenderemos por qué es que un día decimos algo y hacemos lo opuesto al siguiente; por qué hacemos promesas o tomamos determinaciones de distintos tipos que después no cumplimos; por qué constantemente hacemos cosas que en realidad no queremos hacer y que nos hace sentir avergonzados de nosotros mismos, etc. A pesar de que hacemos todas estas cosas, mantenemos la ilusión de que somos una entidad completa que nunca cambia, por el simple hecho de llamarnos fulano de tal y vivir en tal y tal dirección; ni por un momento se nos ocurre que no somos nada por el estilo. Y por supuesto, lo mismo sucede con todo el mundo.
¿Acaso no nos sorprende con frecuencia ver que la gente hace o dice cosas de las cuales se contradice por lo que dice o hace a continuación? Nos resulta difícil entender este tipo de conducta en los demás, y pensamos que nosotros no haríamos algo parecido. Pero es evidente que nosotros hacemos exactamente lo mismo, sólo que no nos damos cuenta de ello. Vemos este tipo de cosas en los demás pero nunca en nosotros mismos, porque todo esto forma parte de la gigantesca ilusión en que todos nos encontramos inmersos y que nos hace vernos como seres conscientes con plena consciencia de lo que estamos haciendo y siempre con la gran certeza de ser la misma persona todo el tiempo, sin importar cuáles puedan ser los sorprendentes caprichos de nuestra conducta. Los demás están al tanto de nuestros caprichos, al igual que nosotros percibimos los que ellos manifiestan en su conducta, pero no somos capaces de ver nuestros propios caprichos debido a nuestra falta de visión y al cúmulo de falsas ideas que tenemos de nosotros mismos.
De ahí que el propósito principal del Sistema Gurdjieff sea lograr que la gente tome consciencia de que el «yo» que siempre pensaron ser no es más que algo imaginario, lo que dentro de este Sistema se conoce como «‘YO IMAGINARIO». Una vez que tengamos verdadera consciencia de este hecho esencial, nuestra actitud hacia nosotros mismos empezará a cambiar; pero mientras no modifiquemos la percepción de nosotros mismos, no tendremos posibilidad alguna de empezar a adquirir ese autoconocimiento que es el factor básico en la transformación de nosotros mismos, pasando de seres imaginarios a seres reales, lo que nos permitirá contar con algo estable y sólido en nuestras vidas, como consecuencia de haber trabajado de manera consciente y constante en nosotros mismos.
Krishnamurti no enfoca este aspecto particular exactamente de la misma manera, aunque en esencia se desenvuelve en la misma dirección al tratar de hacernos ver lo falso e ilusorio de nuestra personalidad, con su diversidad de cambios de acuerdo a la idea predominante del momento que domina a esa entidad que llamamos nosotros mismos.
La psicología moderna se ocupa exclusivamente de la personalidad del yo ordinario; el «yo» ilusorio o imaginario. Y es este «yo» ilusorio el que la psicología convencional considera como la parte constitutiva de nuestro ser, al igual que nosotros lo hacemos. El trabajo de los psicólogos sólo se centra en los problemas del yo imaginario, y éstos a su vez también lo consideran plenamente consistente e inalterable. Cuando el señor A requiere ayuda psicológica, el psicólogo lo considera como una sola persona, y no un conglomerado de personas en conflicto como es el hombre; y así, él trata de identificar sus dificultades y problemas operando bajo el supuesto de esta ilusión. No debe sorprendernos por tanto el que una gran proporción de los trabajos de la psicología moderna no se vean socorridos por el éxito. Es posible que se obtengan éxitos temporales, en ciertos casos, y en mayor grado en algunas personas que en otras. Pero no debemos olvidar que los problemas del psicólogo son idénticos a los de sus pacientes, ya que él también se considera como una entidad completa, si bien no es más que una masa confundida de «yoes» en conflicto que luchan entre sí por
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ganar una posición, los cuales lo impulsan en distintas direcciones casi siempre contra su voluntad y sin tener la menor idea de este hecho. Siendo este el caso, no debe sorprendernos el incremento tan pronunciado de los desórdenes psicológicos en todos los países civilizados.
Todos vamos en el mismo barco, psicólogos y demás, y proseguimos nuestra existencia día con día bajo el dominio total de nuestro «yo» imaginario. De nada sirve acudir a la psicología convencional para obtener una solución a nuestros básicos problemas existenciales, ya que los psicólogos necesitan tanta atención como nosotros. No negamos que éstos puedan ayudar a personas afectadas por problemas de inestabilidad emocional a lograr cierto grado de equilibrio. Pero no pueden hacer nada por aquellos que supuestamente gozan de estabilidad y equilibrio, ya que sus problemas están más allá de la competencia del psicólogo, y son éstos los que nos afectan a cada uno de nosotros (incluyéndose él mismo).
En este sentido es interesante destacar que el propio doctor Nicoll era un eminente psicólogo, y que estudió bajo la dirección de Jung en Zurich; con el tiempo acabó por renunciar a su ejercicio profesional para dedicarse a enseñar el Sistema que Gurdjieff y Ouspensky le habían enseñado, al cual nos referimos en esta obra como El Sistema, ya que se dio cuenta que sólo a través de ese sistema, que en ocasiones se refiere como psicología esotérica, el hombre podía realmente transformarse del ser irreal que es (aún cuando no esté consciente de ello) en la entidad real que puede llegar a ser, trabajando con consistencia en sí mismo, a través de las enseñanzas de El Sistema.
Lo volvemos a reiterar: lo esencial es cambiar la actitud hacia uno mismo; verse de manera diferente, y no de la forma en que hasta ahora se ha hecho. Las enseñanzas acerca del «yo» imaginario es el primer aspecto esencial que se debe asimilar si deseamos trazar el sendero hacia el Autoconocimiento y el Despertar, lo que constituye el propósito de nuestra búsqueda en los dominios del Esoterismo. Existen muchos sistemas diferentes que se autodenominan esotéricos, pero ninguno de éstos puede ser de verdad genuino si inicia con el hombre en su estado actual y trata de operar en él a partir de ese nivel. El hombre debe renunciar a su estado actual de desconocimiento de sí mismo y empezar a percibirse como parte del proceso de Autoconocimiento; de ahí que sean de capital importancia las enseñanzas referentes al «yo» imaginario. Esto constituye el primer paso en el sendero hacia el verdadero conocimiento de nosotros mismos, único que puede ayudarnos a resolver nuestros actuales problemas existenciales, y en algún momento convertirnos en entidades realmente conscientes provistas de ese núcleo auténtico que es nuestro Yo Verdadero.
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Capítulo IV
Observación de Uno Mismo
Después de haberle hecho ver al lector la existencia del “yo» imaginario en sí mismo, el siguiente paso es llevarlo a verificar este hecho a través de un análisis de sí mismo durante sus actividades cotidianas; y a menos que él pueda realmente darse cuenta de que no es más que una masa de “yoes» conflictivos y contradictorios, nunca estará en condiciones de empezar a trabajar en sí mismo a fin de convertirse en un ser verdadero. Para este propósito, el Sistema Gurdjieff utiliza una técnica conocida como Observación de uno mismo; pero esto es mucho más complejo de lo que se ve a primera vista. Para empezar, la mayoría de las personas dan por sentado que se observan a sí mismas, por el sólo hecho de que tienen consciencia de lo que están diciendo o haciendo. Esto no es una auténtica observación de uno mismo. Poder observarse a sí mismo, en el sentido que pretendemos, implica tener la capacidad de dividirse en dos, por así decirlo, de manera que «algo» dentro de uno sea capaz de observar lo que el resto de la personalidad está haciendo. Es preciso hacer surgir un poder latente que pueda realizar esto. Todos tenemos en nuestro interior ese poder latente, si bien la mayoría de nosotros nunca hacemos uso de él a lo largo de nuestras vidas. Esta capacidad de asignarle a determinada porción de nosotros mismos la tarea de observar lo que el resto de nuestra persona está diciendo o haciendo, es el primer paso práctico hacia la búsqueda del autoconocimiento. Y en tanto no seamos capaces de ver realmente lo que la personalidad está haciendo (esto es, adquirir verdadera consciencia del hecho), continuaremos actuando de manera equivocada como hasta ahora lo hemos hecho.
La observación de uno mismo cumple con más de un propósito en nuestra tarea de adquirir autoconocimiento; nos hace ver claramente que no somos una sola persona consistente e inalterable, y, lo que es todavía más importante, nos hace ver que nuestras actividades cotidianas no son otra cosa que reacciones ante los acontecimientos, en lugar de acciones conscientes y deliberadas de nuestra propia voluntad. En realidad esto es algo que la persona promedio al principio va a rechazar de manera categórica. Todos lo hacemos cuando la idea se nos expone por vez primera. Pero, después de un tiempo, y como consecuencia de una cuidadosa observación de nosotros mismos, nos vemos obligados a reconocer que en realidad así es. Es un golpe muy duro para nuestro orgullo el tener que reconocerlo; pero a menos que seamos del todo honestos con nosotros mismos, no tendremos posibilidad alguna de tener éxito en nuestra búsqueda. De esta manera nos vemos obligados a aceptar el hecho, como consecuencia de la honesta observación de nosotros mismos, de que no actuamos en relación con los eventos que se suscitan en nuestras vidas, y lo único que hacemos es reaccionar ante éstos; pareciera como si estuviéramos actuando de manera deliberada, pero sucede exactamente lo mismo que con el «yo» imaginario. Todo no es más que una gigantesca ilusión. Por ejemplo…
– Si al levantarnos por la mañana el día luce espléndido, nos sentimos complacidos.
– Si está lloviendo o nevando, nos sentimos incómodos, y empezamos el día con una sensación de tristeza y depresión.
– Luego, si al ir a desayunar lo que comemos no es de nuestro agrado, ya tenemos algo más ante lo cual reaccionamos con irritación. O, por el contrario, si el desayuno es de nuestro agrado, ¡sentimos que después de todo la mañana no es tan mala!
– Entonces, si al revisar la correspondencia abrimos una carta que nos trae buenas nuevas, empezamos a pensar que el mundo en que vivimos es maravilloso, a pesar de sus múltiples inconvenientes. O a la inversa, si antes nos habíamos sentido bien con nosotros mismos y abrimos una carta que nos trae malas noticias, todo nuestro beneplácito se desvanece al instante y caemos en un estado de desaliento.
Y así se van sucediendo estos cambios a lo largo de todo el día. De la mañana hasta la noche toda nuestra vida es una serie de reacciones ante los eventos que se presentan ante nosotros a través de
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nuestra posición social, de nuestro trabajo, intereses personales de todo tipo, acontecimientos mundiales, y todo aquello que constituye nuestro entorno.
Es posible que nos consideremos como un punto focal hacia el cual los eventos de todas clases dirigen sus dardos y dan en ese blanco que somos nosotros, haciéndonos reaccionar de distintas maneras, de acuerdo con nuestro mecanismo mental y emocional. Naturalmente que este mecanismo varía de persona en persona, según el tipo de educación, vida familiar, etc. Es por ello que todos reaccionamos ante los eventos de manera diferente, si bien todo no es más que una reacción. Y aunque puede parecer como una actividad consciente de nuestra parte, tal como la observación de uno mismo mostrará, no deja de ser una mera reacción, una respuesta simplemente mecánica a la situación del momento. Nuestras maneras de reaccionar van de acuerdo a la naturaleza de nuestra composición. Este es otro hecho de vital importancia en relación con nosotros mismos que el Sistema Gurdjieff pone de manifiesto; y en sus pláticas y escritos, Krishnamurti hace alusión a la misma verdad en su muy particular estilo.
El darnos cuenta de que únicamente reaccionamos ante los eventos y que no somos más que seres mecánicos puede resultar muy doloroso para nuestro orgullo, repetimos, pero el proceso de autoconocimiento debe ser doloroso; de otra manera no podríamos efectuar la transformación de lo que ahora somos en los seres que aspiramos a convertirnos.
La idea de que el hombre reacciona de manera mecánica ante los eventos no es exclusivamente materialista, como podría parecer a primera vista. Existen filosofías materialistas que postulan la idea de que el hombre es un simple mecanismo y que toda su vida está determinada por los factores externos. De acuerdo con tales filosofías, no hay posibilidad alguna de modificar la situación; el hombre desde que nace es un mecanismo y continúa siéndolo hasta el final de sus días. Sin embargo, conforme a las enseñanzas que estamos exponiendo, la situación es muy diferente; en ellas se afirma claramente que el hombre puede convertirse del ser mecánico que es en la actualidad en una entidad verdaderamente consciente capaz de tener el control de su propia vida, y no que ésta sea quien lo controle. Estas dos ideas se oponen diametralmente, aún cuando en apariencia parezcan ser afines.
De ahí que a través de la observación de nosotros mismos se nos haga tomar consciencia de nuestra propia mecanicidad, del hecho de que no hacemos más que reaccionar ante los eventos de la vida cotidiana, y de que en lugar de ser una entidad íntegra y consistente, somos tan sólo una masa de «yoes» que se oponen entre sí. En realidad esto va más allá de la capacidad de aceptación de cualquier persona; y si uno no está preparado para hacerlo, es imposible lograr ese conocimiento de nosotros mismos que requiere El Sistema.
Otra enseñanza fundamental de El Sistema en relación con lo que estamos analizando es el hecho de que el hombre permanece dormido, y el propósito de este Sistema es despertarlo. Por extraño que parezca, el hombre continuará dormido en tanto se considere como un ser plenamente consciente, con el completo dominio de su vida; y sólo podrá empezar a despertar cuando, a través de una cuidadosa observación de sí mismo, tome consciencia de los diversos aspectos a que hemos hecho referencia en el presente capítulo. En este contexto, la observación de uno mismo siempre deberá ser imparcial. No tiene sentido tratar de observarnos a nosotros mismos si vamos a criticar aquello que consideremos malo y a elogiar lo que a nuestro juicio sea bueno. Esto no hace más que conducir a la identificación, que es otro de los factores importantes de nuestra composición que ocasionan tantos problemas en nuestras vidas. De hecho podríamos decir que la identificación es nuestra mayor desgracia, pues constituye el más grande de los obstáculos dentro del proceso de desarrollo interior. La psicología esotérica nos hace tener consciencia de este hecho, a fin de irlo superando gradualmente. Y no es sino hasta que logramos sobreponernos a este hábito de identificación que en realidad podemos dar un paso adelante hacia la consecución del desenvolvimiento y conocimiento de nosotros mismos.
En el Sistema que estamos comentando, identificar implica entrar en consonancia con todo aquello que de alguna manera nos afecte. Por ejemplo, si sentimos molestia acerca de algo, inconscientemente nos identificamos con esa sensación de estar molestos; decimos que estamos molestos. Eso significa que nos fusionamos por completo con el sentimiento en cuestión; en el mo-
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mento en que éste se suscita, el sentimiento es nosotros. Y es exactamente lo mismo con todo cuanto acontece en nuestras vidas; ya sea placer, incomodidad, aburrimiento, frustración, deleite, nuestra identificación con la sensación es completa, y en esta sensación, pensamiento o acción nos perdemos, sin importar cuál sea su naturaleza. Desde nuestro punto de vista actual, esto es perfectamente normal, y muestra lo difícil que es lograr que la gente se dé cuenta lo que la psicología esotérica trata de hacerles ver. Para la psicología ordinaria, la identificación es algo natural y adecuado, y considera perfectamente válido el actuar de esta manera. Cualquier psicólogo actúa de la misma forma, y por tanto no ve nada de malo en ello; para él, éste es el proceder natural, y de hecho así sucede en el nivel que ahora nos encontramos. De ahí que sea tan necesario entender el mecanismo de identificación, así como tener la capacidad de reconocerlo en nosotros mismos, a través de la observación, y con ello llegar a un punto en que podamos empezar a no identificamos. Una vez que llegamos a esa etapa empezamos a disociar nuestro Yo verdadero del falso (o personalidad), que se caracteriza por identificarse siempre con todo, lo cual considera de lo más normal. (Debemos poner en claro que el término identificación, tal y como se usa en la psicología ordinaria, no tiene la misma connotación, pues su significado es muy diferente y restringido.)
Después de haber explicado brevemente la razón de por qué tenemos que observarnos a nosotros mismos, y lo esclarecedor que esto resulta en relación con nuestro mecanismo psicológico, el lector puede suponer que esto equivale exactamente a la introspección, si bien esta concepción es errónea. La introspección equivale a realizar una total inversión en sí mismo (en el yo o la personalidad ordinaria). Por supuesto que en ese trance también nos encontramos en un estado total de identificación. Pero cuando efectuamos de manera adecuada la observación de nosotros mismos, nos empezamos a separar del yo ordinario, observando lo que éste hace y tomando nota a nivel mental de sus bufonadas. Así, la introspección y la observación de uno mismo son diametralmente opuestas en acción y efecto, y no deberán confundirse una con la otra. En las enseñanzas de Krishnamurti, el proceso de observación de uno mismo, realizado con imparcialidad, se denomina observación pasiva. Y es el único método mediante el cual podemos estar realmente conscientes de nosotros mismos en nuestros pensamientos, sentimientos y acciones cotidianas, y ningún sistema que no recurra a esto podrá considerarse auténticamente esotérico.
Existen muchos sistemas que afirman poder convertirnos en seres diferentes; que nos ayudarán a prosperar en la vida; quizá a “tener más éxito»; a ser más «espirituales”, etc., todo según el tipo de sistema y la índole de sus propósitos. Pero cualquier sistema que se jacte de ser esotérico, y que no emplee la técnica de la observación de uno mismo o la observación pasiva, será incapaz de ayudarnos a obtener un verdadero conocimiento de nosotros mismos, ya que no nos está proporcionando el elemento más esencial para emprender nuestra búsqueda. Jamás podremos empezar a conocernos si no ponemos en práctica la observación de nosotros mismos, y es sólo a través del conocimiento de uno mismo que se puede lograr un verdadero desarrollo interior.
Para que el hombre pueda convertirse en lo que puede llegar a ser, debe cambiar a partir de su estado actual. Eso es evidente en sí mismo. Y mientras él no adquiera verdadera consciencia de lo que es en este momento, nunca podrá percibir la necesidad de cambiar en sí mismo. De ahí que la observación de uno mismo sea un requisito esencial para esta tarea. Sin ella no puede haber progreso. En los Psychological Commentaries del doctor Nicoll, la observación de uno mismo se explica con gran detalle desde una diversidad de ángulos. Este auxiliar invaluable permite que la persona iniciada empiece realmente a trabajar en sí misma con miras a obtener el máximo nivel de conocimiento de sí misma, lo que es sinónimo de verdadero desarrollo interior, es decir, el descubrimiento y aprovechamiento integral del verdadero Yo que habita en nuestro interior, en contraposición al yo ordinario que tendemos a considerar como nuestro yo auténtico, pero que no lo es en absoluto.
En este punto el lector podrá ya empezar a darse cuenta de la enorme diferencia que existe entre la psicología esotérica y la psicología ordinaria, y por qué aquella nos puede ayudar en la tarea que tenemos en mente.
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Capítulo V
El Autoanálisis
En el capítulo anterior señalamos la vital importancia de efectuar un cambio en nosotros mismos, si queremos tener avances en relación con el Sistema esotérico que estamos analizando; mostramos que la observación de nosotros mismos es el primer requisito para efectuar este cambio en la actitud que uno tiene hacia sí mismo. Es preciso empezar a verse de una manera enteramente distinta a como hasta este momento uno se ha considerado. El viejo yo que siempre hemos supuesto ser deberá irse eliminando gradualmente a fin de dar paso a ese Yo totalmente nuevo. Por supuesto que al principio este nuevo Yo (que en realidad es un Yo sumamente antiguo, pero que hasta este momento había permanecido desconocido por estar oculto detrás de esa personalidad que teníamos por nuestro propio ser) será para nosotros un verdadero extraño. Entonces ¿cómo podemos empezar a tener consciencia de él? Esto puede llevarse a cabo mediante la técnica conocida como autorretrospectiva, o autoanálisis. El Yo se identifica con una Y mayúscula para distinguirlo del yo ordinario, o personalidad. A lo largo de todas las enseñanzas del Sistema Gurdjieff, se subraya constantemente la necesidad de efectuar la autorretrospectiva. En el curso normal del vivir cotidiano estamos inmersos por completo en la personalidad; nos identificamos con sus acciones, deseos, pensamientos, anhelos, etc., y de esa manera ignoramos por completo la existencia del otro Yo más profundo, que la autorretrospectiva se encarga de poner ante nuestros ojos. De ahí que el acto de Autorretrospectiva haya sido especialmente diseñado para acabar con el dominio completo que ejerce la personalidad, y para hacernos conscientes, si bien a breves intervalos de tiempo, de la existencia en nuestro interior de algo mucho más grande y profundo.
Por tanto, la idea de la autorretrospectiva es tratar de crearnos consciencia de la existencia de algo más grande y noble que el yo cotidiano. Este proceso nos pone en contacto con niveles de nosotros mismos nunca antes abordados, y por ello tiene una profunda trascendencia esotérica. Se nos exhorta a poner en práctica este proceso recordatorio con tanta frecuencia como sea posible, día con día, a fin de liberarnos de ese estado de adormecimiento en el que normalmente vivimos.
Pero el hecho de recordar lo concerniente a nosotros ofrece otras ventajas además de la ya mencionada. No es suficiente el que efectuemos este proceso de recordar en los instantes de sosiego; la idea es tratar de recordar lo tocante a nosotros en aquellos momentos del día en que nos veamos más implicados que de costumbre en los problemas y dificultades que constantemente acosan a la personalidad (es decir, cuando nos encontramos más identificados con la personalidad y sus problemas específicos). Si somos capaces de hacer esto, no sólo conseguiremos momentáneamente ubicarnos en un nivel superior de existencia; también lograremos, en ese preciso instante, anular el dominio de la personalidad, justo cuando su poder parecía contar con más fuerza. Indudablemente el lector apreciará la trascendencia de esta afirmación. En caso de que así sea, le ayudará a darse cuenta de la enorme importancia que reviste el acto de la autorretrospectiva.
Más aún, si constantemente tratamos de traer a nuestras mentes este Yo más profundo y trascen-dente, hacemos propicio el terreno para que cada vez nos resulte más fácil adquirir consciencia de él. Así, empezaremos a tener manifestaciones esporádicas de su presencia en nuestro ser.
Es por esto que la técnica de la autorretrospectiva desempeña un papel de suma importancia en el Sistema esotérico que estamos analizando; en los Comentarios del doctor Nicoll se abordan sus muchos y variados aspectos desde diferentes puntos de vista, lo que nos da idea de la polifacética naturaleza de esta concepción y de la gran trascendencia que encierra para el estudiante. Esta podría ser la mejor manera de obtener una visión del procedimiento que estamos abordando: podemos hacernos a la idea de que estamos siendo arrastrados por la corriente de la vida cotidiana, con toda clase de problemas y dificultades surgiendo constantemente ante la acosada personalidad; y más allá, fuera de todo, enfundado en su propia inherente divinidad, se encuentra este VERDADERO YO que en realidad es NOSOTROS, calmado y sereno; está esperando que hagamos contacto con ÉL y así nos hace participes de SU grandeza mientras seamos capaces de mantener
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SU existencia en nuestras mentes en esa ocasión especial. Cuanto más frecuentes sean las ocasiones más tenderemos a participar de la majestad y divinidad de ese VERDADERO YO, y recibir SU influencia en nuestra vida cotidiana, la cual experimentará una gradual y ascendente transformación de lo que es en la actualidad. Esa vida, que transcurre bajo las tensiones y presiones de la civilización moderna, bajo el escudo de la personalidad, con sus anhelos, deseos, ambiciones, apetitos, egoísmos, etc., se transformará en todos sentidos, de manera que con el tiempo llegaremos a convertirnos en unos seres completamente nuevos.
Por supuesto, este sólo es un aspecto del Sistema de adiestramiento y desarrollo esotérico que estamos tratando; encaja con todos los otros aspectos, dado que cada uno tiene su papel especifico que desempeñar en el diseño total. Sin embargo, en ciertos sentidos, es el aspecto más esencial de todos, pues es el que nos pone en contacto directo con los mayores y más profundos niveles de NOSOTROS MISMOS (nuestro VERDADERO YO).
En la terminología de El Sistema, todo aquello que se encuentra vinculado con el acto de la autorretrospectiva en sus diversos aspectos, se conoce como “someterse a la primera sacudida de consciencia». Esto implica la realización deliberada de un acto de la voluntad en el cual el estudiante se involucra de manera consciente, con pleno conocimiento de lo que se propone alcanzar; su propósito es hacemos despertar del estado de adormecimiento en que hasta ahora hemos vivido bajo el pleno dominio de la personalidad. Todo aquello que pueda provocamos este efecto es una sacudida (en los términos de El Sistema), y es sólo a través estas sacudidas que podemos ir adquiriendo cada vez más consciencia. Un incremento así de gradual en nuestro estado de consciencia nos puede permitir una transformación progresiva de nosotros mismos, lo que constituye el objetivo del Sistema que estamos abordando. Al administrarnos la primera sacudida de consciencia, se nos dice que introducimos energías más finas en nuestro sistema, las cuales tienden a crear las formas superiores de materia que se requieren para hacer funcionar nuestros centros de mayor nivel, los centros superiores inactivos cuando vivimos nuestras vidas exclusivamente dentro de los estrechos confines de la personalidad. Tales enseñanzas son muy recónditas y se requieren estudios considerables para llegar a entenderlas plenamente; nos limitamos a mencionarlas, de pasada, para mostrar al lector lo profundo y detallado que es todo el Sistema.
En el siguiente capítulo abordaremos un aspecto casi tan importante como el de la autorretrospectiva, pero en abierta contraposición a éste; se trata de la autojustificación, que en muchos sentidos podría considerarse como el vicio dominante de nuestra época.
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Capítulo VI
La Autojustificación
Una debilidad común al género humano es la práctica de la autojustificación. Cualquier cosa que hagamos y que a los ojos de los demás parezca equivocada o injusta, a nuestro juicio siempre pasará por adecuada; siempre podemos aducir razones adecuadas por todo cuanto hayamos dicho o hecho. Es probable que tales razones no satisfagan a los demás, lo cual sucede con frecuencia, sobre todo en el caso de aquellas personas que pueden sentirse ofendidas por nuestras palabras o acciones; pero éstas nos satisfacen, y en lo que a nosotros se refiere, eso es lo que realmente cuenta. Todo este proceso es lo que aquí designamos como autojustificación; a través de ella alimentamos nuestro sentimiento de “siempre estar bien”, el cual resulta valioso para nuestra autoestima. Todo esto se realiza de manera tan inconsciente que con frecuencia se requiere ser muy riguroso en la observación de nosotros mismos para darnos cuenta del grado en que recurrimos a la autojustificación; de hecho, podría considerarse como una reacción automática, y forma parte de esa manera de reaccionar mecánica y automáticamente ante los eventos de la vida que la psicología esotérica denomina sueño. El hombre, en su interior, permanece dormido, y supone, con despreocupación, que es un ser plenamente consciente, atento a todo cuanto hace, y mostrando iniciativa en todo cuanto emprende, cuando no es más que un mero mecanismo reaccionando a ciegas a toda situación y evento que se le opone. De todos los mecanismos que le hacen mantenerse en ese sentimiento de autocomplacencia, el principal es el de la autojustificación; usándolo de manera automática en su vida, el hombre prosigue con su existencia, sintiéndose muy seguro de que todo lo que dice, hace o piensa es adecuado, a pesar de que sean muchas las personas que lo contradigan. Pero éstas, a su vez, también se autojustifican, y es así como se da un proceso interminable en el cual todos estamos involucrados, todo el mundo autojustificándose, y viendo en qué pudieron haberse equivocado los demás, pero casi nunca poniéndose a pensar realmente si algo pudo haber estado mal en lo que ellos mismos dijeron o hicieron. Sin embargo, cuando empezamos a efectuar la observación de nosotros mismos, podemos darnos cuenta de cómo opera nuestra autojustificación, y entonces tomar las medidas para detener sus engañosos efectos.
El propósito evidente de la autojustificación es reforzar nuestro orgullo y convencimiento de nosotros mismos, que son esenciales para nuestra moral, la moral de la personalidad que creemos ser. Cuando la moral es destruida, o tan sólo perturbada de manera inconveniente, invariablemente sentimos que toda nuestra identidad se ve amenazada. Eso es algo que la personalidad no puede soportar. De ahí el ciego automatismo del mecanismo de autojustificación. Este es un proceso mental tan arraigado en nosotros que casi podría asignársele la categoría de instintivo.
El autojustificarse no forma parte de la naturaleza instintiva del hombre, ya que si viviéramos en la parte real de nosotros mismos nunca recurriríamos a la autojustificación, pues no habría necesidad de ello. La autojustificación sólo pertenece a la parte irreal de nosotros mismos, es decir, la personalidad.
A una edad muy temprana, los niños aprenden a usar este procedimiento, debido a que lo aprenden de sus mayores, a quienes ven usarlos con frecuencia. La autojustificación no es algo que sea innato al mecanismo mental y emocional del hombre; es un recurso meramente artificial que ha sido implantado en nuestro aparato pensante, ya que a la falsedad esencial de la personalidad siempre se le está solicitando acudir en funciones defensivas. Si la autojustificación pudiera erradicarse de la población adulta, los niños que vinieran al mundo no tendrían por qué recurrir a ella tan pronto como aprendieran a hablar; tal procedimiento sería ajeno a su naturaleza. Esto no hace más que demostrar lo torcido de nuestra naturaleza, como consecuencia de vivir completamente en la parte inadecuada de nosotros mismos.
Cuando se ha llevado a cabo la observación de uno mismo durante un período considerable de tiempo, uno empieza a apreciar la profundidad con que la autojustificación se encuentra arraigada y muy común que la gente diga automáticamente: “No fue mi culpa”, “No puedo evitarlo”, etc., en cual-
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cualquier situación en que ésta puede verse involucrada; muchas personas lo dicen aún cuando saben que en realidad sí tuvieron la culpa, pero en muy contadas ocasiones se atreven a reconocer el hecho. La reacción usual es tratar de echarle la culpa a alguien más, o adjudicarlo a circunstancias que escapan al propio control. El proceso de autojustificación no sólo se aplica a cuestiones meramente superficiales, sino a los aspectos y sensaciones más importantes de la vida. Siempre tratamos de justificar cuanto hacemos, pues no podemos soportar la idea de que en realidad esté mal algo que hayamos hecho, aún cuando nos demos cuenta de que así aparece a los ojos de los demás.
En nosotros siempre existe el deseo de vernos en el lado justo de las cosas, y esto es algo que causa un daño desmedido a nuestro verdadero desenvolvimiento interior. De hecho no puede haber progreso alguno en este aspecto mientras persistamos en nuestro hábito de autojustificación; de ahí que sea de vital importancia adquirir consciencia de su existencia, como parte de nuestro adiestramiento dentro de la psicología esotérica.
Debemos estar completamente conscientes del grado y frecuencia con que recurrimos a la autojustificación, a fin de poner un alto a este proceder, ya que sólo cuando dejemos de autojustificarnos podremos empezar a vernos a nosotros mismos como realmente somos, desprovistos de toda simulación. Todo el tiempo nos estamos engañando, de mil maneras, porque hay algo en nuestro interior que nos exige actuar de ese modo; y ese algo es el falso yo que creemos ser. Y seguirá manteniéndonos bajo su control en tanto continuemos imaginando que se trata de nuestro Yo verdadero. Es por ello que nuestro falso yo se ve en la necesidad de autojustificarse en relación a todo; debe mantener siempre la serenidad, pues simplemente no puede vivir sin una sensación enteramente ilusoria de su propio valor, dado que carece en sí de un valor auténtico, y eso es algo que en esencia sabe. De ahí sus desesperados esfuerzos por mantenernos en su dominio, y, como se acaba de ver, la autojustificación es uno de los principales medios que emplea para ese propósito.
Cuando nos damos cuenta del grado con que recurrimos a la autojustificación y del daño que este proceder le ocasiona a nuestra verdadera naturaleza, podemos empezar a detener el proceso y aceptar la culpa de cualquier cosa que podamos haber dicho o hecho de manera equivocada. Esto es algo que requiere de valor. Puede resultar difícil reconocer ante los demás que nos pudimos haber equivocado en esto o aquello; pero lo verdaderamente difícil es reconocerlo ante nosotros mismos, puesto que, si bien pudimos haber reconocido ante los demás que no actuamos de una manera adecuada, nos sigue resultando terriblemente difícil reconocerlo ante nosotros mismos, ya que siempre podemos hallar razones para nuestra autojustificación. De hecho la capacidad de autojustificación es ilimitada y no hay un sólo aspecto de nuestra vida en el cual no pueda inmiscuirse. Una vez que seamos capaces de enfrentarnos a nosotros mismos con toda equidad y podamos reconocer sin equivocación alguna que en determinadas cuestiones realmente procedimos de manera errónea, habremos dado un gran paso hacia el conocimiento de nosotros mismos y un avance primordial en nuestra senda hacia el Yo verdadero. El Yo verdadero jamás se autojustifica, pues no tiene necesidad de hacerlo.
Es así como la psicología esotérica nos ayuda a forjar otro eslabón en la cadena de autorrevelación que nos va a ir haciendo cada vez más conscientes de nosotros mismos. Podremos darnos cuenta de que somos seres irreales, y con ello avanzar hacia el reconocimiento y la exaltación de la Realidad que habita dentro de nosotros. En tanto no efectuemos este reconocimiento, en realidad no somos nada; no somos más que imitaciones baratas de nosotros mismos, disfrazadas de personas, tan sólo porque estamos provistos de cuerpos físicos y de un mecanismo mental y emocional listos para ser usados. Antes de que el yo que llevamos en nuestro interior pueda ser reconocido y exaltado, debemos tener consciencia del hecho de que éste en realidad existe; si no estamos al tanto de su existencia, no podremos enfilarnos hacia su reconocimiento. Así, es requisito esencial de la psicología esotérica (o de El Sistema) el darnos cuenta de que este Yo básico o verdadero existe, listo para asumir sus funciones tan pronto como le brindemos las condiciones necesarias para hacerlo. Y esto sólo puede lograrse cuando a la personalidad se le imprime una función pasiva, de acuerdo con la terminología de El Sistema.
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En el momento presente, es la personalidad la que se encuentra activa; es esa parte de nosotros mismos de la cual tenemos consciencia y a través de la cual sentimos que podemos hacer (de nuevo en términos de El Sistema); pero la verdad es que nosotros no podemos hacer, en el sentido de ser capaces de iniciar una verdadera actividad a partir de nuestro estado actual. Como se indicó en el capítulo anterior, no hacemos más que reaccionar ante los eventos. Por tanto, antes de que algo más real pueda entrar en actividad, la personalidad necesita empezar a volverse pasiva. A través de la observación de nosotros mismos, y estando al tanto de la autojustificación, tratando de no caer en ella o en la identificación, estaremos dando los primeros grandes pasos hacia el hecho de convertir a la personalidad en una entidad pasiva, requisito esencial para el surgimiento del Yo Verdadero.
El lector podrá observar cómo todos los diversos aspectos del proceso de trabajar en uno mismo se encuentran enlazados dentro del Sistema Gurdjieff. Aunque Krishnamurti no emplea los mismos términos, sus trabajos apuntan hacia el mismo fin a través de los métodos que refiere de manera oral y escrita; él también aspira a que nos liberemos de nuestro falso yo, de manera que aquello que es real pueda apoderarse de nuestras vidas.
Existe un factor del que hasta ahora no hemos hecho mención al referirnos a la personalidad y al Yo Verdadero, y que de hecho constituye el enlace esencial entre ellos; se trata de lo que en términos de El Sistema se conoce como esencia. La esencia constituye el enlace entre la Personalidad y el Yo Verdadero, porque, en vista de que a la personalidad se le asigna un carácter pasivo mediante el proceso de trabajar en uno mismo, la esencia, por su parte, se vuelve cada vez más activa; y es sólo cuando la esencia adquiere su nivel pleno de actividad, substituyendo a la personalidad, que el Yo Verdadero puede asumir el control total. Se propone al lector abordar este aspecto en el siguiente capítulo. Es de vital importancia para nuestro tema en general.
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Capítulo VII
Personalidad y Esencia
En el presente capítulo abordaremos una de las enseñanzas más importantes de la psicología esotérica. Hemos hecho ver claramente que el individuo que tenemos por nosotros mismos es tan sólo la personalidad, digamos la cubierta exterior, y no el Yo verdadero, que permanece desconocido a lo largo de la vida, a menos que uno tome consciencia de su existencia a través de estudios y entrenamiento esotéricos. La personalidad puede dividirse en dos partes: la personalidad falsa y la personalidad propia. De acuerdo con el Sistema Gurdjieff, la personalidad falsa constituye por mucho la mayor parte de lo que consideramos como nuestra personalidad, y se compone de todos aquellos elementos que propician la expansión de nuestro ego, como son el orgullo, la vanidad, el engreimiento, lo que imaginamos y añoramos acerca de nosotros, etc., mientras que la personalidad propia es la parte que se ha desarrollado a lo largo de la existencia a través de la educación, la vocación, estudios y capacitaciones de todo tipo, etc. En síntesis, la personalidad propia es la parte de la personalidad que posee un verdadero valor en cuanto al hecho de ganarnos la vida y familiarizarnos con los mecanismos de la existencia. Es esta parte la que contiene todas las aptitudes, habilidades y destrezas que hemos adquirido a lo largo de nuestra vida; por tanto, es algo que representa un valor verdadero, aún cuando no forme parte del Yo verdadero del hombre.
Por otro lado, la personalidad falsa, esa parte de la personalidad en la que casi siempre habitamos, no representa un valor real para nosotros. Durante el adiestramiento esotérico, la personalidad propia es en esencia la parte que se debe despertar si lo que queremos en realidad es llegar a ser personas auténticas. En otras palabras, nuestra personalidad falsa es nuestro mayor enemigo; aquel que de manera permanente yace en nuestro interior listo para destruirnos y devorarnos.
Y ¿qué hay en relación con la esencia? Nosotros nacemos con lo que El Sistema denomina esencia, que podría considerarse como una expresión de nuestra verdadera naturaleza (de lo que realmente somos). Tan pronto como nacemos, la personalidad empieza a desarrollarse como consecuencia de la educación, el adiestramiento, y del hecho de imitar a los adultos, etc., pero sin que se dé un correspondiente crecimiento de la esencia; ésta permanece en su estado infantil, mientras que la entidad humana tiene un desarrollo.
Es posible que la esencia permanezca en tal estado infantil a lo largo de la vida, aún cuando el individuo llegue a destacar en cualquier campo (o campos) de actividad al cual pueda dedicarse en el transcurso de su existencia. En síntesis, el crecimiento de la personalidad no es proporcional al de la esencia. Cuanto más se desarrolle la personalidad falsa, como un acrecentamiento en torno a la personalidad en sí, menores posibilidades habrá de que la esencia tenga un crecimiento. De esta manera, nuestra verdadera naturaleza esencial se ve completamente opacada por la personalidad falsa, y esto es algo común a la inmensa mayoría de la gente en el ámbito del mundo civilizado.
Las personas que se caracterizan por ser más primitivas, y cuya personalidad falsa no está muy desarrollada, pueden experimentar cierto crecimiento en su esencia; lo mismo puede suceder con aquellas que viven en contacto con la Naturaleza, o que realizan actividades creativas con las manos, etc. En tales personas, la esencia tiene ciertas posibilidades de crecer, pero siempre sin pasar de ciertos límites. No es sino hasta que en realidad entendemos lo que aquí se implica como consecuencia del adiestramiento esotérico, que podemos empezar a restar importancia y énfasis a la personalidad (sobre todo a la personalidad falsa), y transferir esta importancia y énfasis a la conforma-ción y el desarrollo de la esencia. En otras palabras, de acuerdo con la terminología de El Sistema, debemos buscar que nuestra personalidad se vuelva pasiva (y no activa, como hasta este momento ha sido) y nuestra esencia se torne activa (impidiendo que continúe en su anterior estado pasivo). En síntesis, a la esencia se le debe permitir nutrirse a partir de la personalidad, y crecer a sus expensas, de manera que el Yo Verdadero vaya surgiendo cada vez con mayor plenitud en nuestras vidas. Esto sólo puede suceder cuando la esencia ha adquirido un mayor nivel de desarrollo como consecuencia de haber trabajado en nosotros mismos en cuanto a ir dotando a la
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personalidad de un carácter cada vez más pasivo (al ir superando nuestros hábitos de identificación, autojustificación, etc.).
A lo largo del proceso, la personalidad falsa deberá someterse a un procedimiento gradual de debilitamiento; esa parte de nosotros mismos no resulta en absoluto benéfica, y, por tanto, debe erradicarse. Sin embargo, la esencia puede hacer uso de las mejores cualidades de la personalidad verdadera, aplicándolas en su propio crecimiento y desarrollo como habilidades que le servirán para expresarse.
Tomemos como ejemplo un huevo, que consta de yema, clara y cascarón; si consideramos la personalidad falsa como el cascarón y la personalidad propia como la clara, entonces podremos ver que la yema (esencia), para que llegue a convertirse en un ave, tiene que nutrirse a partir de la clara (personalidad propia), y finalmente el ave deberá destruir el cascarón antes de que pueda emerger plenamente a la luz del día como una criatura viviente. Eso es exactamente lo que debe suceder con nosotros si lo que deseamos es llegar a ser verdaderos seres vivientes en lugar de las imitaciones que ahora somos, independientemente de lo importantes y exitosos que podamos aparecer a los ojos de nosotros mismos y de los demás. En el Sistema Gurdjieff se exponen claramente los medios por los cuales se puede lograr que la personalidad se vuelva más pasiva, y con ello permitir que la esencia se desarrolle y se convierta en el vehículo para la plena manifestación del Yo Verdadero. En este sentido, resulta muy esclarecedor estudiar los Psychological Commentaries del doctor Nicoll.
Aquí sólo nos podemos limitar a indicarle el camino al lector; tratamos de hacerle ver la necesidad de adoptar tal actitud para sí mismo, como se describe en la relación entre personalidad y esencia que se expone brevemente en el presente capítulo. Para que su Yo verdadero pueda crecer, es preciso que someta su personalidad actual (compuesta en gran medida por la personalidad falsa) a un proceso de disminución. Este es el concepto operativo; y una vez que el lector haya captado la razón de esto, estará en condiciones de llevar a cabo un estudio más detallado y serio del presente aspecto, así como de los medios que permiten la realización del proceso.
En relación a la cuestión de la personalidad, es importante destacar que el Sistema Gurdjieff hace mucho énfasis en que antes de que uno esté listo para entrar en contacto con El Sistema, deberá encontrarse con la etapa que se conoce como del buen amo de casa; esto quiere decir que uno debe estar en condiciones de subsistir por sí mismo de manera competente, mostrando así que es uno capaz de afrontar con un nivel razonable de eficiencia los problemas de la vida cotidiana y aceptar con plena responsabilidad el cumplimiento de las propias obligaciones. A aquella persona que sea un fracaso en el vivir cotidiano no se le considera apta para asumir El Sistema, pues mientras ella no haya mostrado cierto dominio sobre las cuestiones externas, no se le considerará capaz de desarrollar algún tipo de control sobre sí misma y sus cuestiones internas. Esta concepción es diametralmente opuesta a las que sostienen muchos sistemas esotéricos, que con frecuencia afirman (o parecen afirmar) que cuanto mayor sea nuestra incapacidad para hacer frente a la vida ordinaria, mayores posibilidades se tendrán para alcanzar un verdadero desarrollo esotérico (teniendo tal desarrollo como totalmente divorciado del vivir cotidiano). Sin embargo, el Sistema del cual nos ocupamos no secunda en absoluto ese punto de vista; sostiene categóricamente la idea del buen amo de casa, y la plantea como requerimiento básico para llevar a cabo el proceso de desarrollo o adiestramiento esotérico, y sentimos que está en pleno derecho de hacerlo.
Estrechamente vinculada con esta enseñanza de El Sistema, figura otra que habla acerca de la existencia del llamado Centro Magnético, la cual se describe con detalle en las páginas subsecuentes.
Son muchísimas las personas que, habiendo fracasado en sus vidas, buscan adoptar formas más idealistas de vivir o pensar como un escape a su falta de éxito; se han dado cuenta de que la vida es demasiado para ellos, y creen poder encontrar un camino más fácil a través de fuentes no materiales de vida. Pero este método nunca brinda frutos en términos de verdadero desarrollo interior, sin importar lo exitoso que pueda parecer como una forma de escapismo, pues las formas de escape y el verdadero esoterismo son polos totalmente opuestos, como podrá darse cuenta todo aquel que quiera entrar en contacto consigo mismo a través de El Sistema; para esto se requiere contar con la más rigurosa realidad, y en tal proceso el escapismo no podría tener cabida para ella.
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El hecho de que uno deba ser un buen amo de casa antes de estar en condiciones de asumir el Sistema Gurdjieff, impide que personas muy jóvenes puedan acceder a él. Y así es como debe ser. Antes de que uno pueda empezar a trabajar en la personalidad (y sobre todo, en la personalidad falsa), debe haber muchos años de crecimiento para que maduren estas características de nosotros mismos; y muchas personas jóvenes no han vivido lo suficiente para tener tal desarrollo. Podría decirse que las personas jóvenes aún se encuentran en la etapa embrionaria, en relación con el desarrollo de la personalidad. Y no es que consideremos el desarrollo de la personalidad como algo bueno per se, no obstante que la mejor parte de ésta tiene su valor, como hemos tratado de mostrar.
La esencia sólo puede crecer a expensas de la personalidad, de manera que, si no hay desarrollo de personalidad, tampoco habrá mucho campo para el crecimiento de la esencia. Este es un punto muy importante que hay que tener presente.
Otro aspecto importante es que muchas de las personas que se ven atraídas hacia El Sistema piensan poder incorporarlo a sus personalidades; creen que pueden partir del estado actual en que se encuentran, y, a través del proceso de trabajar en sí mismos, alcanzar un desarrollo esotérico. Esto es definitivamente imposible. La esencia del esoterismo es que tenemos que cambiar en nosotros mismos, es decir, convertirnos en seres diferentes; y no podemos hacerlo aferrándonos a nuestras personalidades tal y como ahora se encuentran. De ahí que sea esencial trabajar en la personalidad a fin de transformarnos en nuestro Yo más verdadero (el yo en que nos podemos convertir a través del crecimiento de la esencia, la cual actúa como el vehículo del Yo Verdadero). Este es otro aspecto del presente Sistema de enseñanza que lo hace ser tan diferente de los sistemas pseudoesotéricos. En tales sistemas, en lugar de reducir la personalidad, se busca acrecentarla, incorporando un orgullo espiritual al orgullo, la vanidad y el engreimiento, que de antemano conforman una parte importante de la personalidad falsa.
En vista de lo anterior, el lector deberá tener muy en cuenta estos aspectos, ya que son los que establecen la diferencia entre el auténtico y el falso esoterismo. El cultivo del esoterismo en nuestras vidas siempre debe implicar un sacrificio, y ese sacrificio radica en la personalidad (o más precisamente en la personalidad falsa), la cual deberá irse extenuando en el proceso de transformación interna, que nos lleva de los seres que somos ahora a los seres en que podemos convertirnos, y que de hecho así será si en realidad vivimos de acuerdo con nuestra naturaleza esencial.
Muchos de quienes se dedican a estudiar en serio la filosofía religiosa de Oriente han oído hablar acerca del conflicto entre el “yo inferior” y el “Yo superior”, que se suscita en la lucha por alcanzar el verdadero desarrollo interior. Ellos interpretan esta lucha como una que se libera en la personalidad, donde nuestras mejores características se oponen a las peores, con la esperanza de que estas últimas acaben por ser completamente anuladas, lo que le permitirá a uno lograr su propósito en la búsqueda de la “salvación espiritual”. Una vez que entramos en contacto con El Sistema, nos damos cuenta de que ese punto de vista es de lo más erróneo, y la razón de que muchos fervientes buscadores de un auténtico conocimiento interior y desarrollo espiritual fracasen en sus intentos. No hay un conflicto por el cual se deba luchar en los confines de la personalidad. Tal concepción es equivocada. Y no somos nosotros quienes tenemos que librar la batalla para alcanzar el progreso espiritual; todo lo que podemos hacer es tratar de lograr que la personalidad se vaya haciendo cada vez más pasiva mediante el proceso de trabajar en nosotros mismos, y con ello, propiciar que la esencia se vuelva activa y se desarrolle, y será entonces cuando el Yo Verdadero empiece a hacer sentir su presencia en nuestras vidas. El Yo Verdadero es la clave de todo el problema, y es este Yo el que siempre ha estado “ahí”, en su propio nivel, aún cuando nunca antes hayamos tenido consciencia de su existencia; una vez que nos damos cuenta de que existe, éste nos irá induciendo para que le demos oportunidad de participar en nuestras vidas, a través de nuestros trabajos en la personalidad.
Debemos tratar de entender lo que la personalidad es en realidad, y cómo es que ella, como un todo, constituye un bloque en la trayectoria hacia nuestra expansión interior. Nosotros no podemos hacernos perfectos; el Yo Verdadero, nuestro enlace con lo Divino, ya es perfecto, y sólo espera la oportunidad para hacerse presente en nuestras vidas. Trabajando en nuestra personalidad, el milagro puede acontecer, si bien de acuerdo con sus propias leyes. Y esas leyes no pueden modifi-
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carse mediante algún tipo de lucha o actividad; todo lo que podemos hacer es cooperar con dichas leyes tratando de hacer que la personalidad se vaya haciendo cada vez más pasiva, tal y como se describe en las enseñanzas de El Sistema. La situación es enteramente diferente a lo que suelen concebir los estudiantes de filosofía religiosa oriental que carecen de la llave verdadera.
Esta concepción errada, en sus diversas manifestaciones, también suelen tenerla la inmensa mayoría de los seguidores de los distintos credos religiosos ortodoxos del mundo; ellos también creen que tienen que luchar por la “salvación”. Pero, como ya se indicó claramente, no se trata de ninguna lucha; tan sólo es cuestión de permitir que el Yo Verdadero asuma su función en nuestras vidas. Es maravilloso darse cuenta de que el Yo verdadero se encuentra ya “ahí”, íntegro y perfecto, listo para entrar en actividad en cuanto le brindemos las condiciones adecuadas. Haga recurrir esta idea varias veces al día y se verá ampliamente retribuido. Esto se vincula con la enseñanza de El Sistema que habla acerca de la Autorretrospectiva, proceso que desempeña un papel de suma importancia en El Sistema, tal y como se refirió en un capítulo anterior. El Yo que se nos sugiere recordar con frecuencia durante el día, al vernos en situaciones cotidianas de tensión y conflicto, es el Yo Verdadero, nuestro Yo auténtico, en el cual por lo general no pensamos cuando nos encontramos bajo el dominio de la personalidad.
Para concluir este capítulo acerca de la personalidad y la esencia, debemos remitirnos a otras dos enseñanzas importantes del Sistema Gurdjieff, que hablan acerca de los Centros y acerca del Hombre Número Uno, Dos y Tres. De acuerdo con Gurdjieff, cada uno de nosotros tiene un centro mental (en el cuerpo mental), un centro emocional (en el cuerpo emocional) y un centro que actúa por instinto (en el cuerpo físico). Cada uno de estos centros se divide en tres partes: externa, media e interior. El centro mental tiene que ver con el pensamiento, el emocional con los sentimientos, y el centro que actúa por instinto, en el cuidado y mantenimiento del cuerpo y todo lo concerniente a movimiento, actividad, etc. También existe un centro sexual y, según se dice, son pocas las personas que saben hacer uso adecuado de este centro.
Los centros mental y emocional se dividen a su vez en esferas superiores e inferiores. Las personas promedio, que no han tenido un verdadero desarrollo, esotéricamente hablando, casi nunca entran en contacto con los centros mental y emocional de nivel superior. Estos centros son plenamente funcionales en su nivel, pero nunca escuchamos sus mandatos o lo que tengan que comunicarnos, pues el hecho de vivir en la personalidad nos impide captar su mensaje. Uno de los propósitos fundamentales del adiestramiento esotérico es capacitarnos para establecer contacto con estos centros superiores, y así darles oportunidad de que guíen y controlen nuestros pensamientos y sentimientos. En las personas que carecen de desarrollo esotérico, los cuerpos mental y emocional se encuentran en un estado rudimentario o incipiente. Al trabajar en nosotros mismos, podemos conformar estos cuerpos, y así entrar en contacto con los centros superiores que habitan en nuestro interior.
Las enseñanzas con relación al Hombre Número Uno, Dos y Tres establecen que todo ser humano está básicamente orientado hacia lo físico, lo emocional o lo mental. Esto significa que todos vivimos esencialmente a través de un centro; por tanto, algunos de nosotros pertenecemos al tipo físico-instintivo (hombre no. 1), otros al tipo emocional (hombre no. 2), y otros más al tipo mental (hombre no. 3). Todos nos encontramos en desequilibrio y tendemos a vivir una vida desproporcionada, lo cual hace que a una persona de un tipo le resulte difícil entender a otra de un tipo diferente.
El propósito de El Sistema es formar un hombre equilibrado (hombre no. 4), esto es, que tenga todos sus centros desarrollados y operando en plena armonía. Por supuesto que en tal individuo los centros mental y emocional de nivel superior también estarían en plena actividad, coordinando todo tipo de acciones, ya sean físicas, mentales o emocionales.
Otro tipo de centro que se menciona en El Sistema es el centro magnético. La enseñanza nos dice que sólo las personas provistas de centro magnético pueden apreciar lo que implica El Sistema y sentirse atraídas hacia él; consideran que la vida, como se vive actualmente, es vacía y carente de sentido, y se dedican a buscar algo diferente, aún cuando no sepan de qué se pueda tratar. El individuo promedio carece de centro magnético y, por tanto, El Sistema no significa nada para él, aún cuando se le explique de manera detallada; por supuesto que se siente insatisfecho con su vida,
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pero considera que simplemente se debe a que no está obteniendo todo de ella en términos de dinero, posición, poder, o cualquier otra cosa que él pudiera desear. Sólo quienes están provistos de centro magnético pueden darse cuenta de que la vida, tal y como ahora se vive, en realidad carece de valor desde el punto de vista de una verdadera satisfacción en el hecho de vivir, y están dispuestos a ver hacia otras direcciones para la consecución de propósitos más convincentes, como los que puede ofrecer el esoterismo.
Las enseñanzas de El Sistema acerca del hombre no. 1, 2 y 3, y de los diversos centros, arrojan mucha luz en cuanto a la conducta del vivir ordinario y, por tanto, conviene estudiarlas seriamente. Es sobre todo el funcionamiento inadecuado de estos centros, tal y como ahora nos encontramos, lo que ocasiona en gran medida el desequilibrio y los desórdenes de tipo existencial que manifiesta la inmensa mayoría de la gente. Para llegar a ser un Hombre Equilibrado, es decir, un hombre no. 4, es preciso adoptar lo que en la terminología de El Sistema se conoce como El Cuarto Camino, que en realidad es otro nombre con el que se designa a El Sistema. La expresión de “El Cuarto Camino” se usa porque en la búsqueda del desarrollo espiritual hasta ahora ha habido disponibles tres caminos definitivos para que el hombre alcance tal desarrollo. Dichos caminos son:
a) El Camino del Fakir, que opera fundamentalmente en el cuerpo físico.
b) El Camino del Monje, que en esencia opera en el cuerpo emocional.
c) El Camino del Yogui, que actúa sobre todo en el cuerpo mental.
En el Sistema que estamos abordando, el hombre es impulsado a trabajar en sus diversos cuerpos de manera simultánea, a fin de alcanzar la posición del Hombre Equilibrado, el hombre no. 4. De ahí el uso del término El Cuarto Camino.
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Capítulo VIII
Desarrollo del Hombre
Ya hemos dicho que el requisito básico para el desarrollo esotérico es que el hombre debe cambiar en sí mismo, y esto presupone que tiene la capacidad de efectuar tal cambio. Esta es una afirmación sumamente importante y profunda, como podremos darnos cuenta si la estudiamos con gran cuidado. ¿De qué serviría decir que el hombre debe cambiar en sí mismo si es incapaz de hacerlo? En el Sistema Gurdjieff se establece como principio fundamental que el hombre es un organismo con desarrollo propio, esto es, algo capaz de llevar a cabo un crecimiento o cambio interno. En otras palabras, en su estado actual el hombre es un ser incompleto, o imperfecto, pero posee algo en su interior que puede llevarlo a convertirse en algo completo o perfecto. El propósito básico de El Sistema es capacitar al hombre para alcanzar este objetivo a través de los medios que hemos abordado, y de otros que referiremos en capítulos subsecuentes.
En las enseñanzas de El Sistema se afirma que el hombre, en su condición actual, alimenta a la vida, es decir, es tan sólo un instrumento de ésta y de la Naturaleza; pero el hecho de que sea un organismo con desarrollo propio indica que en su interior existe una fuerza, dormida en este momento, que puede entrar en actividad y transformar su ser y su vida entera, al permitir que el Yo Verdadero asuma sus funciones correspondientes. Si aceptamos la verdad de esta afirmación, tendremos también que aceptar el hecho de que una fuerza mucho más poderosa que el hombre ha depositado en el interior de éste las semillas para llevar a cabo tal desarrollo interior. Esto nos lleva a tomar en consideración algo de la mayor importancia: el creer en la existencia de un PROPÓSITO en el Universo.
La ciencia del siglo XIX asumió la concepción de que el Universo carece de sentido y de propósito; “un concurso fortuito de átomos”; y casi todo el pensamiento científico que se ha desarrollado hasta nuestros días refleja este mismo punto de vista. Sin embargo, existen científicos que secundan la idea de que hay sentido y propósito en los mecanismos del Universo; se trata de científicos o físicos que proceden de una manera más intuitiva, como Einstein, Eddington, Whitehead y otros. Estos hombres no se han dejado llevar por los aparentes triunfos y logros del método científico; han mantenido una actitud de humildad ante lo que han percibido como verdaderamente sublime y sobrecogedor en los trabajos realizados por la Creación, como lo atestiguan las innumerables formas materiales que existen en nuestro sorprendente Universo. Tales científicos no consideran la materia como algo meramente material e inerte; se han dado cuenta de que ésta es el vehículo para llegar a algo más grande, esto es, inteligencia o espíritu, que se encarga de decretar las leyes científicas bajo las cuales operan las leyes materiales, desde el electrón y el átomo hacia arriba; consideran que la materia tiene consciencia propia en la forma en que ésta se combina con otras formas materiales o es repelida por ellas.
Este es el punto de vista que los esoteristas han sostenido a lo largo de las épocas; el Esoterismo postula que la CONSCIENCIA se encuentra en la base de todo lo creado, que su origen se remonta a la Realidad Divina que ha hecho posible la existencia del Universo, y que sus manifestaciones pueden verse por doquier. Esto significa que el Universo es producto de una inteligencia, que en términos de El Sistema se conoce como “Mente Superior”, donde lo que se ve siempre es producto de lo que no se ve. El propósito de todas las cosas creadas es desarrollar su consciencia al máximo dentro de su correspondiente orden, especie o género. El grado de desarrollo consciente que puede tener el reino mineral es sumamente limitado, lo cual casi también es el caso del reino vegetal, en tanto que para el reino animal, excluyendo al hombre, estos límites son un poco más amplios en tipo y grado. Esto quiere decir que en estos reinos de la Naturaleza el desarrollo consciente se limita a que las cosas permanezcan tan vivas como sea posible en el nivel original de Creación. Por ejemplo, un mineral, vegetal o animal sólo puede ser un diamante, una rosa, una col, un ratón, un tigre, si así es como fue creado; para estas cosas, la única vía de desarrollo radica en que cada una de ellas sea todo lo perfecto que un diamante, rosa, col, ratón o tigre pueda ser, en la medida que las condiciones lo permitan. Sin embargo, en el caso del hombre ¡las cosas son diferentes! pues existe la posibilidad de llevar el desarrollo de la consciencia a un nivel que pueda transformarlo por entero,
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distinguiéndolo por completo de la generalidad del hombre esotéricamente subdesarrollado.
Las enseñanzas de El Sistema que se refieren al hecho de que el hombre es un organismo con desarrollo propio, tienen un significado y trascendencia de lo más profundos para quienes tienen la capacidad de percibirlo. Esto nos demuestra que somos parte de un gran Plan Cósmico cuyo propósito principal es desarrollar una CONSCIENCIA cada vez más grande. Cuando uno asume la tarea de trabajar en sí mismo, conforme a las enseñanzas del Esoterismo, entonces uno se convierte en colaborador consciente de este gran Plan Cósmico; en ese momento se empieza a trabajar en armonía con el Universo, y no en oposición a éste, como sucede con la inmensa mayoría de los seres humanos. Los reinos mineral, vegetal y animal trabajan en armonía con el Plan Universal, pero de manera inconsciente; sólo el hombre, de todas las manifestaciones de la Creación que hay en la Tierra, es capaz de trabajar conscientemente en favor del Plan Universal. ¡Este es un destino de verdad maravilloso! Empero, sin la llave que proporciona el Esoterismo, el hombre en general no tiene la menor idea de la existencia de tal destino. De ahí su incapacidad para procurarse una verdadera felicidad en el vivir ordinario; y para la realización de tal fin, está apuntando en la dirección equivocada.
Cuando nos damos cuenta de que somos parte de la vida universal y que podemos llegar a ser colaboradores conscientes de ella, la existencia adquiere un propósito y un significado que no podrían obtenerse viviendo de manera ordinaria en la personalidad. La felicidad y satisfacción verdaderas en el hecho de vivir sólo podrán ser alcanzadas por aquellos que se dediquen a trazar el sendero de El Sistema, y éstas se van adquiriendo cada vez en mayor medida mientras más nos aproximemos a la realización plena de la tarea en cuestión. Es la recompensa de recompensas, y esto es a lo que Cristo se refería cuando hablaba en el Evangelio del “Reino de los Cielos”. No es un reino del futuro (de una vida que habría de vivirse en un mundo posterior a la muerte); se refiere a la vida que se vive en el aquí y el ahora, pero en consciente colaboración con nuestra Fuente Creativa.
Acabamos de mencionar que el desarrollo de la consciencia es la clave de toda la Creación. En la enseñanzas de El Sistema se habla con frecuencia del concepto conocido como “El Círculo Consciente de la Humanidad”; este concepto alude a quienes al trabajar en sí mismos han alcanzado el nivel en el que el Yo Verdadero se encuentra plenamente activo dentro de sí mismos. El hecho de que tales seres existan forma parte de las enseñanzas de todo sistema esotérico, y en el Oriente se les conoce como “Los Maestros de la Sabiduría”. Son ellos quienes se han hecho cargo del verdadero desarrollo interior de la humanidad, bajo el sistema jerárquico a través del cual el Cosmos es gobernado; buscan influir en el hombre por medio de todas las formas posibles, recurriendo a Grupos y Congregaciones Especiales, desde donde emanan sus esfuerzos a través de los canales de la religión (en su sentido auténtico), el arte, la literatura, la filosofía, etc. Estos también envían guías de distintos tipos para que acudan en auxilio de la errada humanidad, y cabe mencionar que todos los sistemas esotéricos se originaron a partir de este “Círculo Consciente de la Humanidad”. Parte de las enseñanzas de El Sistema es que las influencias de tales directores de la evolución consciente no pueden llegarnos de manera directa en el nivel en que estamos; de ahí que se las tenga que “estratificar” para que podamos entenderlas; y es en este punto donde entran las enseñanzas de El Sistema que hablan acerca de las influencias A, B y C.
Las influencias A son las que proceden directamente de la vida, esto es, de los factores y circunstancias que controlan el vivir cotidiano y que influyen de manera directa en la personalidad. Estas influencias son el medio, la educación, factores sociales de todos tipos, etc., y es a través del constante efecto que ejercen en nosotros que nuestro vivir ordinario se ve afectado.
Las influencias C son aquellas que “El Círculo Consciente de la Humanidad” nos hace sentir a través de sus agentes y agencias, de cualquier tipo; éstas deben hacerse más accesibles y pasar a ser influencias B, a fin de que podamos entenderlas (en la medida de lo posible) los que aún estamos en este nivel terreno, excepto cuando son transmitidas por aquellas Escuelas Esotéricas que pueden captar las influencias C sin distorsión. Los Evangelios constituyen un ejemplo de influencias C que, para facilitar su asimilación, se han transformado en influencias B, al igual que se ha hecho con las palabras de Buda, Mahoma, y todos los maestros, sabios y profetas auténticamente religiosos. Las grandes obras de arte, la gran literatura, el teatro, etc., también son ejemplos de influencias B, como
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también lo son todas las escuelas y los sistemas esotéricos, a la par de su literatura. Si estamos provistos de un centro magnético podremos sentirnos atraídos hacia las influencias B, y así empezar a liberarnos del dominio de las influencias A, lo cual podría decirse una vez más que es el propósito esencial del Esoterismo (dicho en otras palabras).
Cuando nos damos cuenta de que somos parte de un gran Plan o Diseño Cósmico, y percibimos al fin cuál va a ser el papel que vamos a desempeñar en la obra, es decir, el propio desarrollo de fuerzas y potencialidades interiores que conducen a una CONSCIENCIA cada vez más grande, en ese momento sabremos, por fin, que hemos encontrado nuestro verdadero lugar en la vida. Antes de ello, éramos forasteros en un mundo extraño, aún cuando no teníamos consciencia de tal hecho; ante nuestros ojos la vida aparecía como un verdadero caos, algo que carecía por completo de sentido y de propósito. Durante mucho tiempo habíamos experimentado ese sentimiento (todos aquellos que poseemos un centro magnético); de manera que cuando, finalmente, a través de un medio u otro entramos en contacto con el Esoterismo y empezamos a entender sus enseñanzas, sentimos que al fin “hemos llegado a casa”. Después de mucho tiempo hemos logrado entrar a un mundo que empieza a tener sentido; y cuanto más lejos tracemos ese sendero, más seguros estaremos de que todo cuanto pertenece a ese nuevo mundo va teniendo cada vez más sentido, pese a lo que puedan pensar o decir los ciudadanos del mundo cotidiano.
Sabemos que hemos dado con la clave, porque así nos lo hace sentir nuestro estado emocional interior; sabemos que al fin hemos hallado el camino hacia nuestro Yo Verdadero, el cual no habíamos podido conocer por el hecho de vivir inmersos en la personalidad. Ahora estamos en condiciones de apreciar el valor supremo de las enseñanzas que hablan acerca de que el hombre es un organismo con desarrollo propio, así como las que se refieren al “Círculo Consciente de la Humanidad”, las influencias A, B y C, etc.; éstas contribuyen a hacer que la vida tenga significado y propósito. Podemos afirmar a ciencia cierta que tales enseñanzas proporcionan la clave para el vivir auténtico, la cual jamás podría sernos proporcionada por el mundo ordinario, no importa lo mucho que pudiéramos estar preparados para alcanzarla. De ahí que estas enseñanzas sean invaluables.
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Capítulo IX
Emociones Negativas
Es pertinente referirnos ahora a lo que en El Sistema se conoce como emociones negativas. Esta enseñanza es fundamental y establece claramente la diferencia que existe entre lo que hemos denominado psicología esotérica y psicología ordinaria. Hasta este momento no hemos hablado mucho acerca de las particulares enseñanzas de Krishnamurti; éstas se expondrán de manera especial en páginas subsecuentes. Sin embargo, lo que vamos a abordar ahora se vincula directamente con los puntos de vista del citado autor, como el lector podrá notar después.
De acuerdo con las enseñanzas de El Sistema, se nos dice que el Centro Emocional Superior, en su propio nivel, se encuentra en plena operación y actividad, pero en nuestro nivel actual somos incapaces de entrar en contacto con él, o de escuchar o sentir lo que tenga que decirnos. Es en el Centro Emocional Inferior donde funcionamos diariamente en nuestra vida emocional; las enseñanzas de El Sistema establecen que éste se compone principalmente de emociones negativas de varios tipos. Las emociones negativas son aquellos sentimientos como el miedo, la ira, los celos, el odio, la impaciencia, la ansiedad, la compasión de uno mismo, etc. Se dice que estas emociones negativas dominan nuestra vida emocional y que somos su presa constante.
Si nos examinamos a nosotros mismos mediante la técnica indicada de observación, y actuamos con verdadera imparcialidad, sin tratar de autojustificarnos, nos daremos cuenta de que la enseñanza de El Sistema es de lo más válida; nuestras vidas están llenas de emociones negativas que se agolpan sobre nosotros a lo largo del día, mientras éste o aquel “yo” transitorio se apodera de nosotros. Y es trabajando en nosotros mismos que debemos tratar de percibir la existencia de las emociones negativas que habitan en nuestro interior, y evitar identificarnos con ellas; cuanto más consciencia adquiramos de ellas y en mayor grado las evitemos, menor será la influencia que ejerzan sobre nosotros, llegando a ser posible el llegar a liberarnos por completo de su dominio*. En tanto se lleva a cabo este proceso de depuración interior en el centro emocional inferior, tiene lugar un procedimiento de preparación y acomodo, a fin de que las influencias del centro emocional superior puedan ser captadas por nosotros. En vista de lo anterior, se ve claramente que el depurar de manera gradual el centro emocional de todas las emociones negativas nos permite lograr los más rápidos avances hacia el desarrollo esotérico.
Al adquirir consciencia del grado en que nuestras vidas están plagadas de emociones como el miedo, la ansiedad, los celos, el odio, la impaciencia, la compasión de uno mismo, etc., nos será fácil percatarnos de lo maravilloso que sería el poder liberarnos por completo de ellas. Esto podría parecer una labor titánica, y en cierto modo así es; pero debemos tener siempre presente que en El Sistema no hay nada que tengamos que hacer por nosotros mismos. Recuerde que en esto ¡nosotros no podemos hacer! Una vez que nos enrolamos en El Sistema, no podemos hacer otra cosa que ir imprimiéndole un carácter cada vez más pasivo a nuestra personalidad. El Sistema hace el resto.
Una de las mejores maneras de hacer que la personalidad vaya adquiriendo un carácter más pasivo es observar nuestras emociones negativas tratando de no identificarnos con ellas. Cuanto más seamos capaces de reconocer las emociones negativas al momento de experimentarlas, y tratemos de apartarnos de ellas (reiterándonos el hecho de que tales emociones no son nosotros, sino tan sólo aspectos de nuestra personalidad falsa), mayor será el espacio que se dé en el centro emocional para que su parte superior pueda entrar en acción. El centro emocional, una vez purificado, permite que el centro emocional superior opere en y a través de nosotros. Esto implica el surgimiento de emociones positivas como la capacidad de maravillarse ante las cosas, la apreciación ___________________________________________________________________________________________________
* La pena y el sufrimiento auténticos no son emociones negativas; de hecho tienen un valor positivo, porque se relacionan con la parte verdadera de nosotros mismos, y no con nuestra personalidad falsa. Sentimientos como la benevolencia, gratitud, devoción, compasión, etc., son también tipos de emociones más positivas, aunque no estrictamente positivas en el sentido de El Sistema, ya que las emociones realmente positivas son muy raras. La lástima por lo general no es una emoción positiva, y sí con mayor frecuencia negativa.
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de la belleza (y del misterio) de la Creación, la compasión, el amor verdadero (y no el pseudo-amor que experimenta la personalidad), etc. Estas emociones verdaderas y más genuinas irán reemplazando gradualmente a las anteriores, negativas, que tanto abarcaban.
Por tanto, es fácil darse cuenta de lo mucho que pueden ganar nuestras vidas emocionales en todos sentidos. Las emociones más positivas provienen de la parte interior del centro emocional, mientras que las emociones negativas provienen de la parte exterior. Nuestros sentimientos acerca de la vida y de nosotros mismos experimentarán cambios como parte de la transformación interna que ejerce El Sistema. El hecho de reverenciar a la Naturaleza lleva consigo el sentimiento de que no somos seres ajenos al Universo, lo cual no podemos experimentar cuando nos vemos atrapados en los confines de la personalidad. En ese momento empezamos a sentirnos familiarizados con las estrellas y sus constelaciones, e impulsados a estudiar acerca de ellas y a tratar de ahondar en el misterio que las envuelve. Nuestros sentimientos empiezan a proyectarse en todas direcciones, ocupándonos de todas las cosas, desde las más pequeñas a las más grandes, y todo cuanto podamos ver, escuchar o leer despierta un interés positivo en nosotros, dentro de su propio campo o dominio. En otras palabras, a medida que trabajemos en las emociones negativas, tratando de apartarnos de ellas, y dando así lugar a que emociones más positivas vayan ocupando su lugar, podremos entonces tener la sensación de que al fin empezamos a vivir. Mientras que seamos víctimas de las emociones negativas, nuestra vida se reduce a un mero existir, y sólo será cuando las emociones positivas provenientes del centro emocional superior vayan ocupando los lugares que habían sido privilegio de las emociones negativas, que empezaremos a sentir la presencia de algo nuevo y diferente agitándose en nuestro interior: algo que hará que la vida sea realmente digna de ser vivida, pues es a partir de este momento que la habremos de vivir con la parte adecuada de nosotros mismos, y no con la parte inadecuada, como anteriormente había sido el caso.
De acuerdo con las enseñanzas de El Sistema, nosotros no nacemos con emociones negativas, sino que las adquirimos imitando a nuestros mayores durante la infancia y a través de la gradual intromisión del mundo cotidiano, con sus valores y objetivos falsos. Al llegar a la edad adulta, nuestro centro emocional es una masa de emociones negativas, como ya se ha indicado, y en la inmensa mayoría de los casos vivimos el resto de nuestras vidas enteramente sojuzgados por ellas; literalmente somos prisioneros de nuestras emociones negativas, como podemos fácilmente percatarnos mediante cierta observación cuidadosa e imparcial de nosotros mismos.
Las enseñanzas de El Sistema establecen que, de todas las emociones negativas, el miedo es el que se encuentra arraigado a una mayor profundidad. La personalidad anhela obtener seguridad en un mundo bastante inseguro; y ésta, que es el producto de materia perecedera y está condenada a extinguirse, exige para sí continuidad y permanencia, lo cual dista mucho de poder asegurar. Por tanto, la reacción básica de la personalidad hacia la vida es el miedo; todos sus desesperados esfuerzos se dirigen a la mitigación de ese miedo, del cual no tiene consciencia a un nivel superficial.
Estrechamente vinculada con el complejo fundamental del miedo que habita en la personalidad, se encuentra la violencia. Siempre que la personalidad se siente amenazada de alguna forma, o ve contrariados sus anhelos o deseos, su reacción básica a tales factores es la violencia. De hecho podemos decir que el propósito principal del adiestramiento esotérico es exorcizar la violencia de nuestras vidas. Si logramos este objetivo, podemos estar seguros de que estamos muy cerca de alcanzar la etapa en el que el Yo Verdadero tome posesión permanente de nosotros.
En sus enseñanzas, Krishnamurti tiene mucho qué decir acerca de la superación de la violencia; él la ve en el fondo de prácticamente todo cuanto está conectado con las actividades de la personalidad. Esto en sí muestra lo cercano que están sus puntos de vista, en esencia, con los del Sistema Gurdjieff, aún cuando en apariencia parezcan contraponerse. Pero eso sólo es a un nivel superficial.
A través de su concepción y actitud hacia la violencia, Krishnamurti señala muy claramente que su objetivo coincide en todos sentidos con el de El Sistema.
Aquellas personas sinceras y apasionadas que creen que es factible acabar con las guerras e implantar una era de paz perdurable a nivel mundial mediante la sola firma de tratados y convencio-
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nes, no se han dado cuenta que la clave para solucionar el problema reside en superar la violencia en nosotros mismos. Un hecho curioso es que muchos pacifistas en realidad parecen ser personas muy violentas, sobre todo cuando sus conceptos más propugnados son puestos en tela de juicio; no tienen la menor idea de lo violentas que son en sí mismas, pero, en cambio, esperan que otras renuncien a su violencia a favor de la paz mundial. Todos coincidimos en que la paz mundial es un objetivo tan noble como valioso; pero lo que la mayoría de la gente no parece entender es que hasta que todos nosotros estemos en condiciones de renunciar a nuestra violencia, no será posible que haya una paz perdurable en el mundo.
Es probable que no renunciemos a nuestra violencia mientras no empecemos a darnos cuenta del efecto que ésta ejerce en nuestro estado interior -como resultado de la observación imparcial de nosotros mismos- en combinación con todas las otras emociones negativas; de modo que la erradicación de la violencia sólo puede lograrse como una parte del proceso de trabajar en nosotros mismos bajo la égida del Esoterismo. No es posible renunciar a la violencia de un día para otro, y sólo podremos hacerlo cuando en realidad nos percatemos de lo necesario que es empezar a actuar en contra de ella, en todas sus múltiples y variadas manifestaciones. Las guerras no son más que una manifestación de la violencia en proporción masiva.
En este capítulo ya hemos aludido a la inseguridad. Digamos además que la personalidad aspira a la seguridad porque en esencia se siente insegura, y eso propicia el surgimiento del miedo, como ya se ha señalado. Sin embargo, debemos darnos cuenta de que en este mundo nadie podrá jamás disfrutar de una verdadera seguridad; la inseguridad es un factor fundamental e inevitable en nuestras vidas. Al empezar a trabajar en nosotros mismos estaremos en condiciones de aceptar la inseguridad y no sentirnos afectados por ella. Una vez que estamos preparados para aceptar la inseguridad como un elemento básico de nuestras vidas, dejamos de preocuparnos por ella, y una gran parte del miedo que tanto dominio había ejercido en el centro emocional (en sus diversas formas) cesará de afectarnos. Imagínese la enorme ganancia que este hecho representa en sí. Cuanto más aceptemos de manera consciente la presencia de la inseguridad, menos será la importancia que ésta vaya teniendo ante nuestros ojos. Es un hecho curioso que cuanto más se preocupa la gente acerca de la inseguridad, mayor es el grado en que ésta los atormenta, y, por el contrario, mientras menos se le tiene en consideración, menor es el grado en que ésta les preocupa. En cierto sentido, así es como opera una de las leyes cósmicas de las cuales el género humano en general está tan ajeno; esta ley establece que cuanto más nos preocupemos acerca de algo, más habremos de atraerlo, y mientras menos nos preocupemos por ese algo, menores serán las probabilidades de atraerlo.
El lector podrá observar fácilmente cómo ese tipo de razonamiento puede aplicarse a casi todas las emociones negativas que en conjunto y de manera continua infestan nuestras vidas; y no es más que una forma de trabajar en uno mismo el tratar de liberar al centro emocional de la enorme masa de emociones negativas que le tiene impedido, preparando así el camino para que las influencias provenientes del centro emocional superior puedan liberarse y hacer sentir su presencia. Algunas personas nunca han experimentado una emoción positiva en sus vidas; de ser éste el caso, les sorprenderá la enorme diferencia que este hecho propicia en su percepción emocional. Al trabajar de manera consciente en las emociones negativas, se va consolidando día con día la adopción de emociones positivas. Dejamos al lector el que pueda darse cuenta, a su debido tiempo, de lo que esto significa, a medida que vaya progresando en el proceso de trabajar en sí mismo. Esto implica una verdadera revolución en la manera de sentir. Entonces empezaremos a entrar en consonancia con el Universo, lo que antes hubiera sido imposible debido a la existencia de emociones negativas en el centro emocional.
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Capítulo X
Diálogo Interno
Ahora nos gustaría decir algo acerca de tres aspectos de considerable importancia para el estudiante que pretende enfilarse por el sendero esotérico, los cuales han sido designados por El Sistema como: Diálogo Interno, Actitudes e Imágenes.
El diálogo interno es la continua conversación que siempre tenemos con nosotros mismos cuando estamos solos. En cuanto nos vemos sin compañía, damos inicio a la conversación interna; el 99 % de ésta se relaciona con nuestros supuestos motivos para quejarnos, con nuestras inquietudes personales, problemas, intenciones, etc. Por ejemplo, continuamente hacemos recurrir a nuestra mente lo que fulano de tal nos dijo, preguntándonos por qué no nos trató como debió haberlo hecho, y lo que debimos haberle dicho, pero que no lo hicimos; o por qué la gente puede hacer lo que quiera con nosotros en el trabajo porque somos esa clase de personas que tratan de cumplir con su trabajo, y, en consecuencia, se exceden con nosotros; o por qué nuestra esposa o hijos nunca parecen respetarnos lo suficiente; o lo que zutano dijo a mengano acerca de A, B o C, o de alguien más que conocemos. Y así hasta el infinito. Todos sabemos lo que es el diálogo interno, porque es algo a lo cual todos nos entregamos cuando estamos solos, y es nuestro acompañante invariable durante nuestras horas de insomnio.
A través del diálogo interno sometemos a un constante ir y venir los diversos acontecimientos del día (o del pasado), tratando de presentarnos ante nosotros mismos desde el mejor ángulo posible; inventando excusas por observaciones o situaciones en las que al momento de suscitarse sentimos no haber tenido una actuación del todo destacada. En síntesis, a lo largo de la conversación interna llevamos a cabo una campaña de autojustificación y adoración de nosotros mismos, en la cual nos mantenemos en el grado más alto de nuestra estimación personal.
De hecho, el diálogo interno es el asistente del egoísmo y el culto de la personalidad; de acuerdo con la enseñanza de El Sistema acerca de este particular aspecto, el diálogo interno es una de las maneras más poderosas de perder energía. Cuanto más persistamos en sostener esta continua conversación interior con nosotros mismos (que más que ser un diálogo es un monólogo), mayor será la fuerza que perdamos, ya que el diálogo interno es una de las formas más negativas en que la personalidad actúa en su cotidiana conducta de vida. Al entregarnos al diálogo interno nuestras fuerzas se ven disminuidas. Una vez que tomamos consciencia de este hecho, y analizando nuestro diálogo interno, nos damos cuenta de la dimensión de su existencia. Las personas que más se dedican a practicar el diálogo interno son las que continuamente se están quejando de lo muy cansados y faltos de vitalidad que se sienten, y siempre están propensas a desarrollar la enfermedad que en ese momento esté más difundida, aparte de padecer uno o más males crónicos.
Uno de los primeros pasos hacia el Conocimiento de Nosotros Mismos es darnos cuenta de la existencia del diálogo interno y el efecto que éste ejerce en nosotros; debemos decidirnos a ponerle un alto. Esta es una tarea sumamente difícil, y la única manera de obtener éxito es ir abordando este aspecto de manera muy gradual; pero es una labor a la cual todo estudiante de El Sistema debe dedicarse continuamente.
Consideramos que el aspecto del diálogo interno se enlaza a un nivel muy íntimo con lo que El Sistema designa como requerimientos. Todos estamos llenos de requerimientos, pero en tanto no adquirimos consciencia de este hecho, somos ajenos a la presencia de este perturbador psicológico de la paz interna. El Sistema establece como requerimientos esas condiciones que inconsciente-mente imponemos a los demás (y al mundo en general) y a través de las cuales damos por sentado que determinadas cosas nos corresponden; es decir: sentimos que la vida debe proporcionarnos ciertas ventajas en el vivir, por conducto de favores, privilegios, etc., aún cuando no consideremos ese aspecto desde esa sola perspectiva; de hecho ni siquiera la concebimos así, ya que los requerimientos están en realidad bastante alejados de nuestro pensamiento consciente. Simplemente los damos por hechos. Cuando éstos no se presentan, empezamos a sentirnos incó-
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modos o enfadados, y entonces damos inicio a ese constante flujo de diálogo interno del que hemos estado hablando.
Por ejemplo, es probable que consideremos que determinadas cosas nos corresponden por derecho propio, como es el respeto de los demás, el que resultemos agradables a los ojos de otras personas, que siempre estemos contentos, que tengamos un trabajo placentero, un matrimonio compatible, etc., que los acontecimientos externos no perturben nuestro bienestar o deleite, etc., etc. En realidad, repetimos, no estamos conscientes de plantear tales exigencias a la vida; sin embargo, es un hecho que sí lo hacemos, y cuando nuestros requerimientos no se cumplen, damos inicio a nuestro diálogo interno porque sentimos que la vida y el mundo no nos están tratando bien; por tanto, nos sentimos con un verdadero pesar interior, y empezamos a experimentar una gran compasión de nosotros mismos. Y son justamente los pesares internos, en cualesquiera de las formas en que se presenten, los que constituyen la base del diálogo interno. De manera continua conversamos con nosotros mismos acerca de tales pesares internos, perdiendo energía todo el tiempo y sintiendo que somos tratados con mucha injusticia.
Las enseñanzas de El Sistema proporcionan instrucciones definitivas acerca del diálogo interno y cómo se le puede combatir o poner un alto. Una de las formas más efectivas en que esto puede lograrse es procediendo a reducir nuestros requerimientos. Cuanto menos esperemos de la vida y de los demás, menos serán los motivos que tengamos para sentirnos incómodos o enfadados cuando las cosas no salen como se había supuesto. De hecho, se puede afirmar categóricamente que, desde el punto de vista esotérico, el individuo que es capaz de eliminar por completo sus requerimientos va muy bien encaminado hacia el logro de su objetivo esotérico. Si no esperamos nada de la vida, tampoco podremos sentirnos desilusionados; tal actitud pone fin a toda sensación de pesar, y de ese modo el diálogo interno es cortado de raíz. Se requiere que una persona sea de veras “grande” para no plantearle a la vida ningún tipo de requerimiento, y eso es en sí una clara indicación del nivel que ocupa el individuo en la escala esotérica. Para un desarrollo más completo del aspecto del Diálogo Interno, se remite al lector a los Psychological Commentaries del doctor Nicoll, donde se aborda el tema desde diversos ángulos.
Ahora quisiéramos decir algo acerca de lo que en El Sistema se conoce como actitudes, que pueden definirse brevemente como nuestras formas habituales de pensamiento, nuestras maneras comunes de reflexionar y creer. Tenemos, por ejemplo, nuestras propias actitudes, inherentes a nosotros mismos, acerca de toda clase de temas que abarcan religión, política, sexo, trabajo, ocio, etc. Todos tenemos nuestro propio conjunto de actitudes acerca de éstos y muchos otros temas, y en ellas permanecemos resguardados como en una especie de armadura. Consideramos tales actitudes como aspectos diferentes de nosotros mismos, sin tener la mínima idea de que no son otra cosa que ropajes mentales que nos ponemos y quitamos de acuerdo a las circunstancias, y que en esencia no guardan una relación verdadera con nosotros; son tan sólo disfraces de la personalidad, y sobre todo de la personalidad falsa, que se ha ido formando a través de los años por influencia de la educación, las costumbres, tradiciones, etc. Cuanto más consideremos que estas actitudes son expresiones auténticas de nosotros mismos, más alejados estaremos de entender lo que en realidad somos.
En síntesis, las actitudes figuran entre los principales obstáculos que pueden hallarse en el camino hacia el Conocimiento de Uno Mismo. De manera que si deseamos alcanzar el conocimiento de nosotros mismos, debemos tomar consciencia de nuestras diversas actitudes mediante un cuidadoso y consistente proceso de estudio y observación de nosotros mismos, de modo que gradualmente vayamos librándonos de ellas. El camino estará preparado entonces para que nuestra naturaleza más esencial pueda manifestarse y expresarse; entonces, lo que digamos o hagamos estará influido de manera directa por esta parte más real de nosotros mismos, y ya no sólo será una actitud, un disco puesto y reproducido mecánicamente por la personalidad falsa. Al adquirir mayor consciencia de nosotros mismos, nos será fácil ver cómo estas actitudes nos toman bajo su control de acuerdo con las circunstancias del momento; en un estado ordinario no estamos al tanto de ellas, y simplemente las consideramos como aspectos diferentes de nosotros mismos, identificándonos por completo con ellas.
Estrechamente relacionada con la enseñanza de El Sistema acerca de las actitudes, figura la que
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trata acerca de las imágenes, que pueden considerarse como las formas habituales en que nos vemos a nosotros mismos. Cuando pensamos acerca de nosotros tenemos imágenes donde aparecemos como determinada clase de personas, siempre amables y consideradas con los demás, por ejemplo, o que somos “firmes”, agradables como compañeros, trabajadores, y así sucesiva-mente. Existe una gran variedad de las imágenes que mantenemos de nosotros mismos, y que están muy relacionadas, como se acaba de decir, con las actitudes. Vamos por la vida creyendo por completo en tales imágenes, aún cuando a los ojos de los demás éstas disten mucho de ser verdaderas. El punto es que nosotros las tenemos por verdaderas, que nos representan como somos en realidad, y en el deleite que tales imágenes nos producen, nos dejamos llevar por ellas, obteniendo una evaluación totalmente falsa de nosotros mismos; creemos ser unas personas con “tales y tales características”, cuando para los demás somos por completo diferentes.
Por ejemplo, es probable que tengamos la imagen de ser muy razonables, siempre abiertos a la argumentación y al entendimiento, sobre la base de lo que es justo, mientras que otras personas pueden pensar que somos muy irrazonables, además de dictatoriales y agresivos. O quizá podamos tener la imagen de ser muy generosos, mientras que otros pueden tenernos por sumamente tacaños. Esto es algo que sucede con mucha frecuencia, y no hace más que mostrarnos lo poco que en realidad nos conocemos, incluso en la manera en que aparecemos a los ojos de los demás. A través de nuestras imágenes mentales tenemos una idea por completo distorsionada de nosotros mismos. Por tanto, aparte del hecho de que nos identificamos con nuestras personalidades y no tenemos idea de lo que hay detrás y más allá de esa fachada, tampoco tenemos idea de cómo puedan ser en realidad nuestras propias personalidades.
Toda esta situación permanece semioculta por las imágenes y actitudes que tanto dominan en nuestro escenario mental. En otras palabras, hemos perdido contacto con la realidad de nosotros mismos, aún cuando esa realidad corresponda al yo, que no es más que la cubierta superficial de nosotros mismos. Quizá esto pueda parecer un poco confuso, pero de cualquier manera muestra lo que tenemos que aprender acerca de nosotros antes de poder llegar a un conocimiento verdadero de nosotros mismos. Es un proceso extremadamente arduo y complicado, como debe ser algo que reviste tal importancia para nosotros. Si llegar al Conocimiento de uno mismo fuera algo fácil de alcanzar, no habría nada por ganar; dado lo que esto significa, debe ser difícil. Lo que hemos estado diciendo en el presente capítulo da cierta idea de las dificultades que tenemos que afrontar al desenmarañar los enredos de nuestra composición psicológica; de paso, muestra también la inmensa diferencia que hay entre la psicología ordinaria y la esotérica. En realidad, las dos son diametralmente opuestas.
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Capítulo XI
Niveles del Ser
Ha llegado el momento de examinar otra enseñanza fundamental de El Sistema, la cual se refiere a los niveles del ser. En el mundo cotidiano existen diversos grados y distinciones de personas, de acuerdo con su nacimiento, nivel social, poder que ostentan, riqueza, etc. Estas diversidades o estratificaciones de personas carecen en esencia de un valor real. Lo único verdadero que distingue a una persona de otra es su nivel de ser.
El Sistema determina que todos nos encontramos en diferentes niveles de ser, de acuerdo con nuestro propio desarrollo interior, de manera que las diferencias externas propiciadas por factores como la riqueza, la posición social, la educación, etc., no tienen valor alguno en el nivel de ser de una persona con relación a otra. Esta es una verdad que muchos podrán reconocer de manera intuitiva. Todos hemos tenido la experiencia de conocer personas que en apariencia lucen muy humildes, e incluso retraídas, pero en quienes percibimos algo especial que de inmediato las distingue de las demás. Estas personas tienen “algo diferente”, y ese algo proviene de lo que son en sí mismas, y nada tiene que ver con factores externos de ningún tipo. Tales personas tienen un grado de desarrollo interior que es percibido en el acto por quienes tienen la capacidad de identificarlo. Cuanto más trabajemos en nosotros mismos a través de las enseñanzas esotéricas, mayor será el grado en que se desarrolle nuestro nivel de ser; es un proceso inevitable, y la única manera en que podemos crecer internamente.
De acuerdo con las enseñanzas de El Sistema, el nivel de ser debe estar relacionado con el nivel de conocimiento, pues el resultante de los dos es nuestro nivel de entendimiento. El entendimiento es la cualidad más preciada que podemos poseer. Entendimiento es sinónimo de sabiduría, y ser realmente sabio es el rasgo distintivo de quienes han trabajado en sí mismos a través del adiestramiento esotérico, alcanzando de manera paralela un nivel muy elevado de ser, con el cual también va aparejado un nivel superior de conocimiento. Para llegar al propio nivel de entendimiento (o sabiduría), tenemos que sumar el nivel de conocimiento y el nivel de ser, y luego dividir por dos. Por tanto, se podrá ver con facilidad que una persona puede tener un elevado nivel de conocimiento, pero un nivel de ser no tan elevado, dando por resultado que su nivel de entendimiento o sabiduría no sea tan alto; su conocimiento puede ser grande, pero no así su entendimiento. Esto lo podemos comprobar en eminentes hombres de ciencia; su nivel de conocimiento puede ser relativamente enorme, pero en vista de que son materialistas y rechazan la idea de que el Universo tiene algún sentido o propósito, su nivel de ser es muy bajo; de ahí que su nivel de entendimiento o sabiduría sea muy pobre a pesar de su vasto conocimiento. Lo mismo sucede en muchas otras esferas de actividad. Su nivel de conocimiento no guarda proporción alguna con su nivel de ser. En consecuencia, su nivel de entendimiento es insignificante, a pesar del lugar destacado que ocupan en su campo o su profesión específica.
Lo contrario es el caso de aquellas personas que poseen un elevado nivel de ser, pero un nivel de conocimiento no tan alto, como sucede con los seres sencillos que viven en estrecho contacto con la Naturaleza, y tienen una profunda percepción intuitiva de las maravillas y milagros de la creación, como acontece, por ejemplo, con muchos jardineros que no han perdido su esencia primitiva. Estas personas poseen en sí mismas algo que es muy delicado, como puede uno darse cuenta al hablar con ellas; pero su nivel de conocimiento (aparte del trabajo que realizan) es muy limitado, y en consecuencia su nivel de entendimiento es bastante bajo, pese a su relativamente elevado nivel de ser y el conocimiento específico de su actividad.
El lector deberá darse cuenta de lo importante que es esta enseñanza de El Sistema, pues nos muestra cómo apreciar a la gente en su verdadero valor y no conforme a los valores mundialmente establecidos; nos muestra también lo importante que resulta cuando trabajamos en nosotros mismos para ganar tanto en nuestros niveles de conocimiento como en nuestros niveles de ser. Al recurrir al Esoterismo, son muchas las personas que piensan que el desarrollo del ser es de capital importancia; por supuesto que es muy importante, pero lo es igualmente el desarrollo del conoci-
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miento, por las razones antes expuestas. Sin el necesario desarrollo del conocimiento, de modo que vaya a la par con el desarrollo del ser, jamás podremos alcanzar un nivel elevado de entendimiento o sabiduría, y, como ya se dijo, el entendimiento es lo que finalmente cuenta en el verdadero desarrollo esotérico. …Y no sólo el nivel del ser.
Aunado a la cuestión del entendimiento se encuentra el tipo de mentalidad que poseemos. Cuando no poseemos cierto grado de verdadero entendimiento, tendemos a considerar el mundo y sus problemas desde una perspectiva bastante objetiva, pasando totalmente por alto todo aquello que no se revela de manera evidente ante la mente y los sentidos ordinarios; tendemos hacia lo que El Sistema designa como mentalidades del tipo Sí o No. Este es el tipo de mentalidad que considera posible dar soluciones definitivas a todo problema, y exige que a cada pregunta se le dé un categórico “sí” o “no”. Sin embargo, conforme avanzamos en El Sistema y en el desarrollo de los niveles de conocimiento y del ser, con el consecuente desarrollo del verdadero entendimiento, nos vamos dando cuenta que cada vez es más difícil proporcionar respuestas definitivas a las preguntas que se nos plantean, o exigir que los demás nos den respuestas definitivas. Empezamos a tener consciencia de que las cosas son mucho más complicadas y confusas de lo que creíamos y, en consecuencia, dejamos de buscar o esperar respuestas inmediatas a todo problema.
Por tanto, podemos afirmar que la mejor manera de determinar el grado de entendimiento de cualquier persona es observar cómo reacciona a las preguntas que se le hacen. Si la persona pertenece al tipo que espera un “sí” o un “no” definitivo, su grado de entendimiento es muy bajo. Cuanto más elevado sea su grado de entendimiento, menos probabilidades habrá de que el individuo espere esta clase de respuestas. Lo mismo se aplica a las opiniones que se pueden tener acerca de distintos temas; cuanto más definitivas y preconcebidas sean las opiniones que tiene la gente acerca de las cosas, menos profundo será su nivel de entendimiento, ya que mientras más sabemos y comprendemos, más nos damos cuenta del poco valor que tienen las opiniones preconcebidas. Existen tantos factores involucrados en lo que parecería ser el más simple de los problemas, que las respuestas preconcebidas casi siempre resultan inútiles. Esto no implica que debamos ser incapaces de actuar con prontitud en el momento que lo requieran las circunstancias; pero mientras más hayamos desarrollado nuestro entendimiento, trabajando tanto en el nivel del conocimiento como en el nivel del ser, mayor será nuestra capacidad para apreciar lo que pueda estar involucrado en cualquier cosa que estemos haciendo o intentemos hacer. Esto propiciará que estemos mucho mejor preparados para afrontar cualquier tipo de consecuencias adversas que pudieran haber traído consigo nuestros actos, a diferencia de quienes piensan que el problema es demasiado simple. En otras palabras, el verdadero entendimiento atenúa en gran parte las reacciones desagradables que suelen acompañar a los esfuerzos que realizamos como respuesta al reto que plantea el vivir; y eso ciertamente es el signo distintivo de la verdadera sabiduría.
En estrecha relación con el aspecto de los niveles del ser, figura la enseñanza de El Sistema que se refiere a la escala. Debido al hecho de que la ciencia mantiene en gran medida una posición materialista, se ha desarrollado una tendencia a considerar todos los fenómenos posiblemente diferentes en magnitud, pero figurando todos ellos más o menos en la misma escala. No se admite en absoluto la posibilidad de que algunos tipos de fenómenos puedan estar en niveles diferentes que otros y, en consecuencia, requerir enfoques diferentes.
Esto quizá pueda observarse con mayor facilidad en la actitud que mantiene la mayoría de los científicos hacia los fenómenos de la rama de estudio que se conoce como Investigación Psíquica. Se trata de un conocimiento complejo que cada vez está adquiriendo más publicidad y atención y que, obviamente, requiere un enfoque por completo distinto del que se necesita para tratar con fenómenos puramente físicos. Sin embargo, la mayoría de los científicos se niega a prestar atención o dar crédito alguno a la Investigación Psíquica sólo porque ésta no recurre al mismo tipo de cálculos y mediciones al cual los científicos pueden someter los fenómenos materiales. Tales científicos se resisten a reconocer que en este caso están tratando con otro nivel o escala del ser en el mundo material. Esta clase de actitud explica por qué la “Ciencia” en su totalidad durante tanto tiempo no ha podido verse cara a cara con la “Religión”.
Con esto no se pretende inferir que todos los científicos tengan una actitud antagónica hacia la reli-
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gión. El gran reto que la Ciencia planteó a la Religión en el siglo XIX se centraba exclusivamente en el aspecto de la escala. Los científicos querían aplicar exactamente las mismas reglas y principios a los fenómenos de la religión, de la misma manera en que hacían con los fenómenos materiales. Cuando se dieron cuenta de que esto era imposible, dieron la espalda a la religión y declararon que sus enseñanzas eran falsas. Esto constituye un buen ejemplo de la renuencia a reconocer que existe una escala en el Universo y en la relación del hombre con éste. Y no es que nosotros pretendamos defender todo cuando pase o haya pasado por religión; nada de eso. Pero el asumir que la religión puede probarse con los mismos métodos de estimación que se aplican a las manifestaciones del mundo material es en sí un hecho bastante ridículo.
Una vez que reconocemos la existencia de una escala o niveles del ser tanto en el Universo como en el hombre, nos encontraremos en un mundo enteramente distinto al que habita la mayoría de la gente; todo adquiere un significado mucho más grande, y se amplía la capacidad de maravillarse ante todo y de ver el misterio que encierran las cosas. Quienes piensan que todo puede reducirse a símbolos matemáticos, por ejemplo, viven en un mundo cerrado donde no tiene cabida lo milagroso, lo misterioso y lo maravilloso. Cuanto más reconozcamos la existencia de la escala y los niveles del ser en nosotros mismos y en el Universo circundante, mayor será la profundidad con que percibamos las cosas y, en consecuencia, mayor será el valor y el sentido que obtengamos de la vida. En ese momento empezamos a vivir, mientras que los demás se limitan a vegetar; ellos, en su interior, permanecen muertos, a pesar de lo vivos que parezcan estar en la superficie. En otras palabras, para vivir con mayor plenitud debemos estar dispuestos a aceptar la existencia de la escala y los niveles del ser; de otra manera somos los “muertos en vida” a los que tanto aludía Jesucristo. Tales personas viven en un mundo muerto, porque un mundo sin escala y sin niveles del ser está de hecho muerto. No es posible que la vida funcione sin escala y sin niveles del ser, pues éstos forman parte de su modus operandi.
Hay un dicho esotérico muy antiguo en el sentido de que el hombre es el Microcosmos, en tanto que Dios es el Macrocosmos. Esto significa que en el hombre se reflejan los mismos factores y cualidades de que está provisto el vasto Universo. “Como es arriba, es abajo” es otro dicho esotérico que encierra el mismo concepto. Estos dichos aluden de manera directa a la existencia de la escala y de los niveles del ser, tanto en el hombre como en el Cosmos; de no ser así, el hombre no tendría capacidad alguna de establecer contacto con el Universo, pues éste le resultaría bastante ajeno e incomprensible. Pero a medida que el desarrollo esotérico se va gestando, el hombre descubre que puede entrar en contacto con el Universo y entenderlo cada vez más, porque interiormente está enlazado con él de manera indisoluble.
Para concluir este capítulo referente a los niveles del ser, hay una frase importante en El Sistema en el sentido de que: nuestro nivel de ser atrae nuestra vida. En este caso conviene tomar muy en cuenta esta afirmación. La gente suele pensar que si sólo hubiera tenido mejores oportunidades de manifestarse, haber nacido en circunstancias diferentes, o haber tenido mejores oportunidades en la vida, etc., entonces podrían haber sido ser personas diferentes, viviendo en un medio totalmente distinto, donde todo resultara como ellos lo hubieran decidido. Pero la frase de El Sistema recién citada muestra claramente que la única forma en que podemos cambiar las circunstancias o condiciones externas es cambiando en el interior de nosotros mismos. Y por extraño que pueda parecer a la mayoría de la gente, es lo que somos en el interior lo que determina cómo habrá de ser nuestro entorno y nuestras condiciones externas de vida. La gente está tan acostumbrada a pensar que la forma de cambiar uno mismo consiste en tratar de cambiar los factores externos en primer lugar, que les resulta difícil entender la concepción esotérica, ya no digamos aceptarla; sin embargo, todo tiende a comprobar su validez, si tan sólo nos dedicamos a estudiar a los demás y a nosotros mismos cuidadosamente.
Por ejemplo, una persona que está inconforme con su vida, podría pensar que si tan sólo hubiera podido trasladarse al extranjero, obtenido un distinto tipo de empleo, frecuentado un diferente círculo de amigos, o cualquier otro factor de naturaleza externa de este tipo, entonces hubiera podido ser una persona diferente y vivido una vida mucho más feliz. Pero aún cuando hubiese logrado hacer cualquiera de estas cosas, hubiera descubierto que, para su infortunio, el mismo conjunto de acontecimientos vitales parecería haberle seguido los pasos, sin haber importado sus esfuerzos por alterarlos a través de los cambios externos que pudiera haber efectuado. Y esto habría sido así por-
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que su nivel de ser no habría cambiado. Así que, sin importar los cambios externos que se busque concretar, la vida para estas personas en esencia continúa bajo el mismo patrón. Y no es sino hasta que se modifica el nivel del ser, que puede suscitarse un verdadero cambio en las circunstancias externas de la vida, dado que éste debe ir a la par de las modificaciones que se den en el interior del individuo. Esta es una ley esotérica que puede resultar muy esclarecedora para quienes son capaces de apreciar su verdadera trascendencia.
Por ejemplo, acaba con todo ese desasosiego que es común en la mayoría de la gente en la actualidad. Tales personas están tan insatisfechas con la vida, que continuamente andan a la búsqueda de formas que les permitan cambiar sus vidas en el nivel externo; pero no será hasta que se den cuenta de que sólo cambiando en su interior —al trabajar en sí mismos— es posible efectuar cambios en su vida externa, que empiecen a convertirse en personas diferentes. En ese momento dejarán de tener la urgente necesidad de cambiar, y estarán satisfechos de ser como son, ya que habrán aprendido que sólo a través de lo que sucede en su interior, pueden esperarse cambios benéficos en su entorno.
En este sentido no pueden esperarse resultados espectaculares, pero, conforme continuamos trabajando en nosotros mismos, y nuestro nivel de ser cambia por consiguiente, nos damos cuenta de que nuestro patrón de vida también empieza a experimentar cambios, de manera que ya no nos vemos confrontando la serie de sucesos cotidianos a los que estábamos acostumbrados. El patrón se modifica de acuerdo con los cambios que se suscitan en nuestro interior, de modo que gradualmente vamos emergiendo a un tipo de vida por entero diferente, aún cuando en apariencia continuemos viviendo como siempre. El observador casual quizá note muy poca diferencia, pero nosotros podemos afirmar en definitiva que las cosas están cambiando. Y es así como debe ser, ya que nuestra vida externa es la escuela en la cual debemos aprender a vivir, de modo que sus lecciones cambiarán automáticamente al cambiar nosotros.
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Capítulo XII
Metanoia
La palabra griega metanoia es quizá la que más se usa en los cinco volúmenes que conforman los Psychological Commentaries del doctor Nicoll. Tal y como se traduce en la Biblia, a esta palabra se le da el sentido de arrepentimiento, pero de acuerdo con el doctor Nicoll esto es erróneo, ya que su verdadero significado es cambio de opinión. Y antes de que uno pueda enfilarse hacia la búsqueda del Conocimiento de Uno Mismo, es preciso tener una actitud mental completamente diferente, tanto hacia uno mismo como al mundo en el cual se vive, así como hacia el Universo en general; y ese cambio de mentalidad es exactamente lo que implica la palabra griega metanoia. El inferir que esta palabra significa arrepentimiento, como puede ser en el aspecto religioso, es darle una connotación por completo errónea. La persona que aspira a una forma de vida más espiritual puede verse seriamente desorientada; para alcanzar la “vida eterna” no necesitamos “arrepentirnos de nuestros pecados”. Metanoia no implica arrepentimiento, y tampoco tiene que ver con el hecho de pecar, como tal; significa una orientación por entero diferente de uno hacia uno mismo y hacia todo lo que hasta ahora ha sido objeto de nuestros intereses: anhelos, consideraciones acerca del futuro, etc. Esta nueva concepción mental es precisamente lo que implica la palabra metanoia, tal y como aparece en la versión griega del Nuevo Testamento, y que erróneamente se tradujo como arrepentimiento en la Versión Autorizada de la Biblia.
En el curso normal de los acontecimientos, la gente “cambia de opinión” de manera continua, pero eso nada tiene que ver con lo que este término implica en el presente contexto. Debemos empezar a pensar de una manera distinta; de una manera que hasta este momento habíamos desconocido. Debemos dejar de pensar en la forma que habíamos acostumbrado, y empezar a usar nuestras mentes de manera muy diferente. Los pasos que se requieren para llevar a cabo esta transformación mental de nosotros mismos están claramente definidos en el Sistema esotérico que estamos abordando. Esta transformación mental es el requisito esencial para llevar a cabo ese cambio de ser que constituye la base del Conocimiento de Uno Mismo, y es fundamental que el lector tome consciencia de este hecho. En el pasado hemos estado acostumbrados a leer acerca de este y aquel tema, acrecentando nuestro ya existente acervo de ideas, de modo que éste ha ido creciendo a través de los años y presenta un cuerpo de conocimiento que, en general, es la base de donde proceden nuestros pensamientos y acciones.
Debemos tener en cuenta la presión que ejerce el subconsciente y otros factores irracionales que con frecuencia nos llevan a actuar en contra de nuestros más conscientes anhelos y deseos; pero en general es el creciente cuerpo de conocimiento, basado en el estudio, la experiencia, etc., lo que debemos considerar como el mobiliario de nuestras mentes. Todo aquello con lo cual entramos en contacto, ya sea un nuevo sistema filosófico, una nueva idea de cualquier tipo, o alguna nueva experiencia, etc., siempre lo referiremos de manera automática al mobiliario con el que nuestras mentes están provistas, o, mejor dicho, abarrotadas. Somos incapaces de asimilar algo realmente nuevo, porque en principio debe ser clasificado y adaptado para que encaje en lo que ya posee la mente. En consecuencia, cualquier elemento esencialmente nuevo pasa a ser filtrado, y de inmediato se pierde. En general a la gente le resulta extremadamente difícil darse cuenta de este hecho tan importante, pero es una realidad, y explica por qué son tan pocas las personas que pueden sacar provecho de las ideas y los escritos de hombres como Gurdjieff, Ouspensky y Krishnamurti.
Los pensamientos e ideas de estos individuos no parecen vincularse con lo que ya tenemos alojado en nuestras mentes, y es por ello que nuestro primer impulso es rechazarlos; algunas personas incluso llegan a decir que son unos pensamientos sumamente elevados e incomprensibles. Al afirmar esto, dejan ver claramente que los pensamientos elevados no contienen nada que se relacione con lo que tienen ya en sus propias mentes; no encuentran nada en lo que puedan apoyarse, nada en lo cual puedan sentirse cómodos en su propio mundo de pensamiento. A eso se debe que las enseñanzas realmente nuevas, de cualquier tipo, encuentren tan pocas personas que
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estén en condiciones de admitirlas; uno debe tener la capacidad mental de reconocerlas como nuevas, y no esperar que éstas coincidan o armonicen con lo que ya sabemos, todo lo cual resulta en extremo difícil, si no es que imposible, para la mayoría de las personas occidentales. Las mentes de estas personas funcionan conforme a determinado patrón, y por eso se niegan a aceptar todo aquello que no se relacione en cierta forma con ese patrón.
Esto no implica que tales mentes no sean capaces de responder ante las nuevas ideas, como tales; generalmente responden a todo tipo de ideas, sólo que éstas no son nuevas en el sentido de serlo fundamentalmente. Su novedad sólo es superficial y hay algo en ellas que de hecho ya corresponde con la concepción habitual y forma de pensar de quien las recibe; a eso se debe que la metanoia sea tan enteramente diferente, e implique tanto siempre, que el doctor Nicoll la incluye en sus Psychologic Commentaries. La metanoia representa una clara ruptura con todo cuanto antes había tenido que ver con el pensamiento y la actividad mental; permite el surgimiento de algo por entero diferente en nuestra propia vida pensante. Significa pensar de una manera nueva, pensar en otro nivel.
Es probable que en este punto el lector poco informado se vea tentado a preguntar: ¿cómo, entonces, puedo adquirir esta nueva manera de pensar, tomando en cuenta todo lo que se ha venido exponiendo en el presente capítulo? En respuesta a esta pertinente pregunta, podemos afirmar de manera definitiva que LA METANOIA NO ES ALGO QUE ESTÉ ABIERTO A TODO EL MUNDO. Sólo determinadas personas son capaces de alcanzarla, y éstas son las que poseen un centro magnético, del cual ya hemos hablado.
Antes de que el lector pueda sentirse desanimado por esta afirmación, permítanos asegurarle que difícilmente podría haber leído hasta este punto sin tener ya en sí cierto desarrollo del centro magnético. ¿Cómo se puede alcanzar esto? Aquí es precisamente donde El Sistema hace su mayor contribución. Cada fase de El Sistema es en cierto sentido un aspecto de la metanoia, ya que exige una inversión total en la manera convencional de pensar. Antes de que El Sistema pueda hacer esto por nosotros, sin embargo, nuestra mente debe estar en una condición tal que permita llevar a cabo dicho cambio en nuestra forma de pensar. Por tanto, puede decirse que la consecución de la metanoia es un proceso de dos sentidos. Primeramente debemos ser capaces de pensar de una manera nueva, y una vez que demostramos tener esa capacidad, las enseñanzas de El Sistema nos mostrarán cómo puede alcanzarse esto. En esencia es una tarea autoelegida, y nadie puede obligarnos a hacerla; es algo que debe provenir básicamente de nosotros mismos, como resultado de nuestra voluntad consciente.
Aunque no podemos abundar más en este aspecto, conviene destacar que una de las principales vías que ofrece El Sistema para alcanzar la metanoia es recibir y registrar impresiones de una manera nueva. De acuerdo con El Sistema, las tres necesidades básicas del hombre son: la comida (incluyendo el agua), el aire y las impresiones. Todos estamos acostumbrados a la idea de que la comida es esencial para la vida, al igual que el aire, ya que sin respirar moriríamos en unos cuantos minutos; mas casi nadie podría llegar a imaginarse que las impresiones pueden incluso ser más importantes para nosotros que la comida y el aire. Pero así sucede, de acuerdo con El Sistema. Se dice que si nos privaran de todas nuestras impresiones sensoriales por tan sólo unos cuantos segundos no seríamos capaces de sobrevivir. Estamos acostumbrados a recibir a través de nuestros sentidos un constante flujo de impresiones, y esta enseñanza, que habla acerca de su enorme trascendencia, es de lo más valiosa e interesante, ya que, como hemos dicho, empezando a registrar las impresiones de manera diferente es como podemos irnos acercando a la obtención de la metanoia.
Lo común es que dejemos que todas las impresiones caigan en lo que podría llamarse «la red asociativa» de nuestras mentes; con esto nos referimos al trasfondo asociativo de pensamientos e ideas que se ha conformado y desarrollado a partir de nuestro nacimiento, conforme a nuestro entorno familiar, educación y otros factores. La red asociativa capta todas las impresiones que percibimos a través de los sentidos, de acuerdo con un patrón establecido que se ha formado a lo largo de los años; patrón que se puede considerar como nuestra «nota» distintiva y personal, es decir, nosotros, lo que nos distingue de los demás e imprime nuestro sello particular. De ahí que para transformarnos a nosotros mismos (esto es, alcanzar la metanoia) debemos empezar a recibir impre-
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siones de manera diferente. Ese es uno de los secretos que nos revela El Sistema en relación a este problema fundamental. El hecho de que esto sea posible es en sí mismo de la más profunda trascendencia, ya que implica que en realidad podemos llegar a ser personas diferentes. Imagínese lo que esto significa para quienes tienen idea de cuál es en realidad su posición actual. Sin lugar a dudas es un mensaje de lo más alentador; significa que ya no tenemos que seguir tomando la vida, nuestro ser y el Universo de la misma manera que hasta ahora lo hemos hecho. Al recibir y registrar impresiones de manera diferente, cambiamos todo, tanto fuera como dentro de nosotros. Esto se debe, fundamentalmente, a que todo, incluidos nosotros mismos, no es más que una serie de impresiones que nos son comunicadas a través de los sentidos.
Todos saben que si varias personas son testigos de una misma experiencia, cada una de ellas la registrará de diferente manera; unas la verán desde determinada perspectiva; otras la considerarán desde un punto de vista diferente, todo de acuerdo al patrón particular de su red asociativa, lo cual ya se explicó antes. Sabemos que si se le pide a la gente que describa cualquier incidente que ha presenciado, ésta tenderá a dar versiones contradictorias acerca del mismo, y esto se debe precisamente a la razón que se acaba de exponer; su red asociativa filtrará el incidente de acuerdo con su sello particular, y el resultado será algo en esencia diferente en el caso de cada persona implicada, aún cuando todos hayan participado de la misma experiencia.
Por tanto, para poder recibir impresiones en una forma distinta, tal como enseña El Sistema, debemos ser capaces de poner un alto a la forma mecánica en que las impresiones que recibimos son procesadas por la red asociativa de nuestras mentes. Esta acción se suscita todo el tiempo de manera bastante mecánica, y sin que intervenga en absoluto nuestra voluntad consciente. Debemos, por tanto, incluir la consciencia en el proceso, algo que la inmensa mayoría de la gente piensa que hace, pero que ciertamente no es así; y actúan de esta manera porque la forma ordinaria de vivir implica que lo que se hace por costumbre es enteramente mecánico, lo cual es consecuencia del patrón de red asociativa que opera en nosotros, el que procede a disponer todas nuestras impresiones de acuerdo con sus propios principios, sin que tengamos ningún tipo de control consciente en tal operación. Creemos que ejercemos un control y que todo lo hacemos de manera consciente, pero eso no es más que una de las gigantescas ilusiones que la vida ordinaria nos impone, y a la que nos mantiene encadenados. El liberarnos de las cadenas de la vida ordinaria es, en un sentido, el objetivo principal de El Sistema, porque mientras no logremos liberarnos no seremos capaces siquiera de intentar asumir las enseñanzas de El Sistema, lo que a su vez implica que seremos incapaces de alcanzar la metanoia.
Así que todo el aspecto concerniente a alcanzar la metanoia gira en torno al hecho de recibir y registrar impresiones en una forma distinta. En sus Psychologic Commentaries, el doctor Nicoll proporciona innumerables ejemplos de cómo esto puede (y debe) hacerse. El primer paso es tratar de crear un intervalo de descanso entre la recepción de las impresiones y su ulterior desarrollo, de acuerdo con los mecanismos del patrón de red de asociación que nos es propio. Esto significa que en lugar de permitir que nuestras impresiones (captadas por medio de los sentidos) sean procesadas conforme al patrón habitual, tratemos de intervenir de manera consciente a fin de evitar esta reacción automática. Debemos procurar que nuestra mente reciba las impresiones de manera diferente. Como se acaba de mencionar, el primer paso hacia el logro de este objetivo es tratar de crear un intervalo entre las impresiones entrantes y la red de asociación que las recibe. Cuanto más éxito tengamos en crear este intervalo (a través de un esfuerzo consciente) más oportunidad habrá de recibir las impresiones de manera diferente y, por tanto, de tratarlas de manera distinta. Esto no es algo fácil de lograr, pero lo mismo sucede con todo aquello que tiene un verdadero valor esotérico; sin embargo, mientras más trabajemos en nosotros mismos, conforme a las enseñanzas de El Sistema, mayor posibilidad tendrán las impresiones de ser recibidas de manera diferente, con resultados muy distintos a los obtenidos con anterioridad. Y son estos nuevos resultados los que constituyen la base de la transformación mental que va implícita en la metanoia.
Mucho se habla en El Sistema acerca de la transformación de energías (denominadas hidrógenos). Este es un aspecto muy complicado que no pretendemos abordar en el presente libro; aludimos a él simplemente porque es la transformación de impresiones (bajo la égida de la metanoia) lo que produce en nuestro interior la transformación de energías, la que a su vez hace posible el desarrollo esotérico. Este es un aspecto que desconocen por completo los científicos ortodoxos, y que permite
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acceder a un modo enteramente nuevo de reflexionar acerca de nosotros mismos y nuestros mecanismos internos. No hay nada en la Naturaleza que no opere con su energía apropiada, y si deseamos alcanzar el conocimiento de nosotros mismos, las energías que se requieren para ello deben provenir de alguna parte. El primer paso de empezar a recibir y registrar las impresiones de manera distinta nos permite ir asegurando las energías necesarias a través de la metanoia; así, cada aspecto de El Sistema se encuentra enlazado con cada uno de los aspectos restantes, formando una totalidad globalizante. No se puede esperar conocer de entrada todo lo concerniente a cada uno de los aspectos, pero al paso de los años vamos adquiriendo cada vez mayor consciencia de las enseñanzas al ir aplicándolas en nuestra vida cotidiana, y esa es la única manera en que El Sistema puede realmente asimilarse; en esencia, es algo que debe pasar a formar parte de nuestra vida cotidiana, desarrollándose en y a través de ésta; no es algo que deba considerarse aparte de nuestro diario vivir, algo acerca de lo cual se lea y reflexione, pero sin llegar a incorporarlo a nuestro esquema diario de vida. Esperamos que lo que se ha expuesto acerca de la metanoia dé al lector una idea satisfactoria, si bien no completa, de su importancia en el esquema de El Sistema como un todo, y de su esencial utilidad. Antes de pasar a otro aspecto, puede resultar interesante al lector saber que desde el punto de vista de El Sistema se consideran cuatro niveles distintos de pensamiento:
– Pensamiento alógico
– Pensamiento lógico
– Pensamiento psicológico
– Mente Superior
El alógico es ese tipo de pensamiento sumamente primitivo que se basa en gran medida en la superstición, la sugestión, etc.
El lógico es el tipo de pensamiento que normalmente usamos y que se basa en aquello que nos comunican los sentidos, para después pasar a los procesos del pensamiento racional.
El psicológico es el nuevo tipo de pensamiento que implica la metanoia, a través del cual y en el cual uno percibe, en un plano interior, el sentido, significado y relación de las cosas, y no está determinado por lo que los sentidos y el pensamiento lógico le indican; equivale a pensar más allá de los confines de la mente ordinaria.
La Mente Superior es el dominio o plano donde la ideación existe y opera; es la fuente de donde procede toda creación, y está implícita en la frase «lo que no se ve es la causa de lo que se ve». Esto quiere decir que en tanto que una cosa no se visualice en el dominio de la Mente Superior, ésta no puede tener existencia no finita, trátese de un sistema solar o de un conejo. Todo se origina en la Mente Superior, y mientras no se crea en su existencia, no se estará en condiciones de adoptar la forma de vida esotérica; tal forma de vida presupone la existencia de la Mente Superior, y en ella se basa de manera directa.
Las enseñanzas de El Sistema acerca de los cuatro niveles de pensamiento son de gran trascendencia para el estudiante esotérico, y muestran una vez más lo reveladoras que son, y lo profundamente enraizadas que se encuentran las verdades básicas del Esoterismo, en contraste con las que ahora rigen en el Mundo Occidental.
Una nota acerca de la Imaginación
Consideramos conveniente mencionar en este punto algo acerca de la imaginación en relación con El Sistema. De acuerdo con el Sistema que estamos analizando, el uso inadecuado de la imaginación es la causa original de la mayoría de nuestros problemas; esto es algo común en nuestra vida mental y emocional, y afecta casi todo cuanto pensamos y sentimos. Antes de poder aspirar a ejercer un control en el uso inadecuado de la imaginación, es preciso adquirir plena cons-
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ciencia de las ramificaciones que tiene este proceder. De ahí que una buena parte de las enseñanzas de El Sistema estén encaminadas hacia ese fin, en una diversidad de formas, algunas de las cuales ya se han mencionado, pero desde enfoques un tanto diferentes. Por otra parte, el uso adecuado de la imaginación es algo que El Sistema busca impulsar al máximo. La imaginación, cuando se usa de manera correcta y para fines creativos y positivos, es la fuerza más poderosa que podemos emplear en nuestra búsqueda del desarrollo esotérico. No hay límites en cuanto a lo que la imaginación creativa puede permitirnos alcanzar, como tampoco hay límites en cuanto a lo que el uso inadecuado de ésta puede producir, acarreándonos la ruina. En el aspecto vital que se da entre el uso adecuado e inadecuado de nuestra fuerza de imaginación reside, en cierto sentido, el principal escenario en que debemos trabajar en nosotros mismos. Todas las enseñanzas de El Sistema están diseñadas para auxiliamos en nuestra búsqueda autodirigida, ya que en esencia es una búsqueda que nosotros mismos podemos y debemos concretar, y no hay nadie que pueda hacerlo por nosotros.
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Capítulo XIII
Estados de Consciencia
Una enseñanza fundamental de El Sistema es la que habla acerca de los cuatro estados de consciencia, que ahora nos proponemos abordar. En nuestra condición habitual sólo conocemos dos estados de consciencia:
– cuando estamos dormidos
– cuando estamos despiertos
De hecho, el primero no se toma como un estado de consciencia, así que consideramos que el estar despiertos es nuestro único estado de consciencia. Es entonces cuando nos sentimos plenamente conscientes, y la psicología moderna apoya esta concepción. Sin embargo, en El Sistema se proponen cuatro estados de consciencia:
– Estado de Sueño
– Estado normal de Vigilia
– Estado de Autorretrospectiva
– Estado de Consciencia Objetiva
El punto interesante de esta división de la consciencia es que el estado normal de vigilia del hombre (en el cual se entiende que está plenamente consciente) se considera como un estado de «adormecimiento», esto es, un estado en el cual el hombre no está del todo despierto, y en el que no podría responder y reaccionar ante los sucesos que caracterizan la vida cotidiana como lo haría si estuviese por completo despierto; y es en este aspecto donde El Sistema plantea el mayor reto a las formas convencionales de pensar. Lo que se suele considerar como un estado de plena consciencia, para El Sistema es una forma de estar despierto y dormido a la vez, donde todo lo hacemos de manera mecánica y sin que en realidad haya un pensamiento consciente. Por supuesto, nosotros estamos convencidos de estar plenamente conscientes, y de que dirigimos nuestras vidas en cada uno de sus detalles; pero esto no es más que otra de las gigantescas ilusiones bajo las cuales la vida ordinaria nos obliga a vivir, y con ello mantenernos dentro de su dominio. Cuanto más creamos en lo que la vida parece querer decirnos, más seremos sus esclavos, si bien es cierto que esclavos por voluntad propia.
Es de suma Importancia adquirir consciencia de este hecho, porque mientras sigamos permitiendo que la vida nos seduzca con sus ofertas de lo que parecen ser las recompensas a la ambición, los intereses personales, la codicia, la lujuria y demás impulsos y deseos propios de la personalidad que se afana en alcanzar la realización, seguiremos siendo esclavos de la vida, atados de pies y manos a ella y por ella. De acuerdo con el Esquema Evolutivo bajo el cual el hombre vive en la tierra, para los propósitos de la vida ordinaria es suficiente con que éste permanezca en su condición actual, bajo el dominio de la personalidad y deseoso de obtener los premios que la vida parece ofrecer a quienes compiten por obtener sus favores en el ajetreo de la existencia cotidiana. En tanto el hombre continúe inmerso de esta manera en la vida no pensará ni deseará alcanzar objetivos más elevados. De ahí que para los propósitos del Esoterismo sea preciso despertar ese algo potencialmente superior que habita en su interior; de otro modo, permanecerá por siempre en su estado actual, atado a la vida y a sus permanentes engaños. Esta es la razón de que en El Sistema el actual estado de vigilia del hombre se considere como una forma de sueño, en el cual permanece dormido ante lo que potencialmente tiene de superior en sí mismo. Sólo adquiriendo consciencia de este hecho trascendental será posible que esa parte superior de sí mismo logre desarrollarse. El hombre dormido es una frase que suele usarse en El Sistema para designar al hombre que, a nivel de consciencia, permanece en un estado normal de vigilia; cuanto más permanezca atado a la vida y
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sus encantos, mayor será el grado en que se le considere dormido. Por tanto, se requiere un gran esfuerzo para empezar a despertar, antes de poder intentar escalar esos pináculos interiores que el Esoterismo exige, y que él mismo se encargará de indicarnos la manera de lograrlo.
El primer paso hacia el desarrollo interior es lo que El Sistema designa como estado de Autorretrospectiva (al cual ya se hizo referencia en el capítulo V). En tal estado, la persona que aspira al conocimiento de sí mismo de hecho ya no se encuentra bajo el yugo de la vida, pues ha iniciado el proceso de liberarse de su vasto dominio; está tomando consciencia de su destino verdadero como un ser en evolución espiritual, y ya no se encuentra en ese estado de despierta y dormida a la vez, que había caracterizado a su condición cuando se encontraba identificada por completo con su personalidad; ahora está en condiciones de saber lo que realmente es la personalidad, y de considerarse, en todos sentidos, como un ser mucho más grande y sublime, dado que ahora habita en esa parte de sí mismo que es su YO VERDADERO. Al principio, bajo la directriz de El Sistema, el estado de Autorretrospectiva se alcanzará sólo por breves períodos, pero conforme avancemos hacia el interior, en dirección a lo que es más auténtico en nosotros, el estado de Autorretrospectiva va teniendo cada vez más duración; con el tiempo se vuelve un estado permanente (el cual sólo alcanzan unos cuantos mortales, pero que no deja de ser una posibilidad).
El cuarto estado de consciencia que refiere El Sistema, es decir, el de la Consciencia Objetiva, es aquel en el que el individuo es capaz de aceptar todo en el Cosmos tal y como es en realidad, desprovisto de todas las ilusiones en que nos envuelven nuestros sentidos ordinarios al ponernos en contacto con el Universo. Entonces vemos las cosas como son en realidad, y hay una aprehensión directa del conocimiento en cualquier campo que toquemos. De ahí que este cuarto estado de consciencia se encuentre fuera del alcance del hombre común. Es el estado en el cual habita el YO VERDADERO, en contacto con las verdades eternas.
Por tanto, la división que El Sistema plantea de los cuatro estados de consciencia reviste un gran significado, y cuanto más ahondemos en ella, más nos permitirá acceder al entendimiento; nos muestra lo inmensamente superior que es la psicología esotérica en relación con la psicología convencional, al suponer que mientras estemos despiertos (en el sentido esotérico), estaremos plenamente conscientes. El estado de plena consciencia es algo que sólo pueden alcanzar unos cuantos mortales, y cuanto más pronto nos demos cuenta de este hecho los seres ordinarios, mayores serán los beneficios que obtengamos en todos sentidos. Esto tenderá a inculcar en nosotros un poco de la tan necesaria humildad, que resulta de lo más esencial si deseamos ascender por los escalones del desarrollo esotérico, los que simultáneamente conducen hacia dentro y hacia afuera. Cuando el hombre pueda darse cuenta de que su estado normal de vigilia es en realidad un estado de sueño, donde sus adormecidas facultades espirituales yacen bajo capas y capas de material aislante que les impide recibir indicio alguno de lo que podrían llegar a ser, entonces estará en condiciones de empezar a despertar, lo cual es requisito para llegar al verdadero estado de vigilia. En otras palabras, antes de que podamos despertar tenemos que adquirir consciencia de la necesidad de llevarlo a cabo. Y mientras el hombre persista en su actitud de considerarse despierto, es obvio que nunca habrá de presentarse el tan necesario despertar que se requiere para el crecimiento esotérico. De ahí que en las enseñanzas de El Sistema se insista tanto en el hecho de que el hombre está dormido, estado en el cual no es más que un autómata; un autómata que sin embargo puede provocar guerras, escribir libros, enamorarse, crear imperios, y hacer todas esas cosas que el género humano considera como fruto del estar plenamente despierto.
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Capítulo XIV
El Hombre y el Cosmos
La mayoría de las personas no tienen una filosofía de la vida, y simplemente transitan por ésta sin entender en realidad el motivo de su existencia; si son ortodoxamente religiosos, la religión que profesan puede considerarse como su filosofía de la vida, aunque en la mayoría de los casos no parece ejercer un marcado impacto en su consciencia o en su comportamiento. Otros adoptan credos o ideologías políticas como una filosofía de la vida, despojando de todo significado a la concepción religiosa, en tanto que otros más no se ocupan en absoluto del asunto y se concretan a vivir sus vidas de manera rutinaria, sin pensar que puede haber un significado interior en todo aquello que puedan o no puedan hacer. Sin embargo, al entrar en contacto con el Esoterismo, uno se da cuenta de que no sólo es esencial tener una filosofía de la vida, sino que ésta constituye la base de todo lo demás. Sin una filosofía en la cual al hombre se le considere como una parte esencial del Cosmos, directamente relacionado con éste en todos los detalles e incapaz de vivir en plenitud mientras desconozca la parte que le corresponde en el gran Plan Cósmico, el Esoterismo no sería más que una imposibilidad, un absurdo. El Esoterismo se apoya esencialmente en la concepción de que el hombre y el Cosmos son inseparables, y que cada uno deriva su significación de algo que los mantiene unidos. Ese «algo» es el GRAN PLAN EVOLUTIVO DE LA CREACIÓN, del cual da testimonio el Universo y todo lo que éste contiene. Sin esa Fuerza y ese Plan Creativos, el hombre y el Universo carecerían de sentido y de propósito.
Existen muchas personas, los materialistas, por ejemplo, que consideran que tanto el hombre como el Universo carecen de sentido y de propósito; pero eso se debe a que son incapaces de ver más allá de las manifestaciones materiales, y creen que todo ha surgido por accidente o ha sido producto de la casualidad. El cómo pudieron haber surgido de esta manera la mente, la inteligencia y los poderes y las potencialidades espirituales es algo que los materialistas no parecen ser capaces de explicar; sin embargo, eso no les impide que sigan sosteniendo que todo es carente de sentido y que todo ha surgido por accidente o es fruto de la casualidad. El que este punto de vista sea tan común y popular en la actualidad es una verdadera desgracia, ya que impide que la gente tenga un auténtico incentivo para vivir. El adoptar un credo político para que opere como tal incentivo no puede hacer gran cosa para arreglar la situación, ya que se recurre a factores externos para sustituir algo que en esencia debe emerger de nuestro interior.
Al entrar en contacto con El Sistema, uno se da cuenta de inmediato que la relación entre el hombre y el Cosmos es considerada como la base de todo; sin ella, El Sistema no podría existir, y su trascendencia deriva del hecho de que sólo mediante ella el hombre puede establecer una relación más completa con los poderes que controlan la evolución del Universo en que habitamos y tenemos nuestro ser, buscando con el tiempo hacer cada vez más fructífera esa relación.
Una vez que empezamos a darnos cuenta de que el núcleo interior de nosotros mismos está directamente vinculado con el poder creativo que ha dado existencia al Universo -que es lo que El Sistema y el Esoterismo plantean- entonces todo adquiere un sentido distinto; encontramos sentido y propósito en todas las cosas, en todo lo que vemos, escuchamos, decimos, etc.; lo que antes nos había parecido vago, ahora lo vemos cada vez más claro conforme avanzamos por el sendero esotérico; ya no tendremos más trastabilleos en relación con la vida, ignorando el sentido que ésta entraña, y sin tener la menor idea del lugar que nos corresponde en el esquema diario de las cosas; ahora ya sabemos cuál es nuestro rol individual. Y cuanto más nos afanemos en vivirlo, más consciencia iremos adquiriendo de que nosotros y el Universo somos una misma entidad, y de que nuestro destino está enlazado a él de manera indisoluble, en un sentido que no podría determinar ninguna concepción material de las cosas.
El problema que se suscita con muchas personas en la actualidad, debido al crecimiento de la ciencia, es que únicamente creen en lo que sus sentidos les comunican; consideran que todo aquello que no se puede ver, oír, pesar, medir, tocar u oler carece de una existencia verdadera. Por tanto, aún cuando muchas de estas personas sean abiertamente religiosas en el sentido ortodoxo,
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se rehúsan a creer cualquier cosa que quede fuera del alcance o dominio de la ciencia; su idea es que en tanto algo no sea factible de ser sometido a las prácticas del método científico, ese algo no puede tener existencia real. En realidad, todo cuanto la ciencia pueda decirnos acerca del Universo y de nosotros mismos es esencialmente irreal, ya que no es más que el resultado de una información captada por los sentidos; y todo lo que los sentidos revelen en relación con el Universo es de manera inevitable falso o irreal, ya que es una extracción de lo que es esa realidad a través de los mismos sentidos que nos ponen en contacto con tal Universo. En otras palabras, todo aquello que nos revelan los sentidos (y los instrumentos científicos basados en ellos) inevitablemente debe ser una modificación de la realidad básica, ya que no es posible que nuestros sentidos establezcan contacto con la realidad de manera directa; por su misma naturaleza no están en condiciones de realizar tal cosa.
Por tanto, en relación con lo que la ciencia nos revela acerca del Universo presentándolo como real, y con todo aquello que escapa a los métodos científicos de análisis y cálculo, que en consecuencia entra en la categoría de lo irreal, el hombre del siglo XX comete el más grande de los errores en la concepción que tiene tanto de sí mismo como del Cosmos. A eso se debe que cuando uno entra en contacto con el Esoterismo, a través de cualquiera de sus canales, se abre un enfoque totalmente diferente acerca de la realidad; empezamos a darnos cuenta de que lo que no se ve siempre es causa de lo que se ve, y así deberá ser por siempre; y el tratar de obtener pruebas acerca de los aspectos espirituales mediante el método científico no sólo es algo imposible, sino absurdo.
Todo sistema esotérico tiene sus propias maneras de mostrar la relación del hombre con el Cosmos y “los reinos interiores», como pueden ser llamados. En El Sistema existen varios esquemas y diagramas importantes relacionados con este aspecto trascendental; en ellos se muestra cómo surgió el hombre a la existencia -como parte de un gran plan evolutivo de creación- y de qué manera se encuentra vinculado con mundos y esferas que pueden ser tanto superiores como inferiores a sí mismo. Sin el conocimiento de esta relación sería imposible aplicar las enseñanzas de El Sistema de manera inteligente y con un propósito definido; equivaldría a emprender el camino casi a ciegas. Por tanto, tal conocimiento siempre estará a la disposición de quienes aspiren a trazar el sendero esotérico, una vez que se hayan sentido impulsados a hacerlo. Esto constituye una característica esencial del proceso de desarrollo interno, como ya se había insinuado. Los antiguos dichos esotéricos que expresan: “Lo de arriba es igual a lo de abajo” y “el Macrocosmos y el Microcosmos”, indican el camino hacia el entendimiento de cómo la relación interior entre el hombre y el Cosmos ha sido del dominio de los círculos esotéricos a través de los tiempos, y se ha ido pasando de generación en generación entre los iniciados. En Psychological Commentaries del doctor Nicoll, y en In Search of the Miraculous (Fragmentos de una Enseñanza Desconocida, en español) de Ouspensky, se pueden encontrar todos los esquemas y diagramas referentes a este aspecto, incluyendo el más enigmático de todos: The Enneagram. Se remite al lector a estas obras para la realización de estudios detallados acerca del tema. El punto central acerca de esta enseñanza de El Sistema referente al Hombre y el Cosmos, que nos afecta de manera definitiva a nosotros como individuos, es la clara distinción que se hace entre el hombre como es (en la actualidad) y como debería ser; se explica que en su condición actual el hombre es una criatura que ha sido diseñada para promover los propósitos de la Vida o la Naturaleza, y para ocupar determinado lugar en el esquema evolutivo. En ese nivel, y para ese propósito, el hombre es en esencia una marioneta en manos del poder de la vida, cumpliendo con el propósito y la función que ésta le ha asignado.
Para tal fin al hombre se le mantiene dormido (en el sentido de El Sistema), y todo cuanto hace lo realiza de manera mecánica y bajo el influjo directo de la vida, aún cuando el hombre pueda considerarse plenamente consciente de lo que hace y quiere hacer; todo lo cual, por supuesto, obedece al estado hipnótico bajo el cual vive el hombre, y que forma parte del plan de su existencia en su calidad de esclavo de la vida. Esa es la condición actual del hombre. Mientras no adquiera consciencia de esto, no tendrá posibilidad alguna de despertar y convertirse en algo diferente. Y sólo el Esoterismo puede llevarlo a tal cambio, y así cumplir con un propósito más elevado en el gran plan cósmico, un plan del cual el hombre actual nada sabe ni puede saber. Es esta la verdad más significativa y trascendente que el Esoterismo (y El Sistema) nos hace ver claramente a través de los diagramas y esquemas que hemos mencionado.
Uno de los diagramas de El Sistema, conocido como The Ray of Creation (El Rayo de la Creación)
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muestra la relación que existe entre la Tierra y el resto del Universo, desde Lo Absoluto, pasando después por Todos los Mundos Posibles hasta La Galaxia, El Sol, Los Planetas, La Tierra y La Luna; otro de ellos, La Octava Lateral del Sol, muestra la relación que hay entre el hombre, como parte de la vida orgánica, con el Sistema Solar. Con el auxilio de estos dos diagramas es posible ver el papel que el hombre desempeña en el esquema cósmico, con lo cual se implica que el hombre, como es (actualmente), es un producto inconcluso que sirve a los propósitos de la Vida y la Naturaleza, como se acaba de señalar, pero también se muestra lo que él podría hacer mediante el auxilio del Esoterismo. El hombre en su condición actual vive conforme a determinadas categorías de la Ley Cósmica, las que lo mantienen en su nivel presente de desarrollo; en cuanto se dedica a trabajar en sí mismo, bajo la directriz de las enseñanzas de El Sistema, empieza a ubicarse en distintas categorías de la Ley Cósmica. Estas Leyes operan en un nivel superior que el correspondiente a las leyes bajo las cuales el hombre vive comúnmente, y sólo pueden empezar a operar en su vida cuando el hombre se da cuenta de su condición de esclavo de la existencia, y siente deseos de cambiar su estado para convertirse en un ser más consciente que trabaja en armonía con las Leyes Cósmicas Superiores, que están dispuestas a operar en su beneficio en el momento en que él se ubique bajo su influencia.
Sucede exactamente lo mismo con una semilla, por ejemplo; mientras se encuentra fuera de la tierra, la semilla existe conforme a determinadas Leyes Cósmicas, y bajo ellas se mantiene como una semilla y no puede ser otra cosa; en cuanto se le planta en la tierra y se le proporciona agua, aire y luz solar, se convierte en algo totalmente distinto; deja de ser semilla y empieza a volverse una planta, lo cual antes no había sido posible hasta que fue colocada en un ambiente propicio.
Lo mismo sucede con el hombre; mientras permanece en su estado actual, éste vive su vida bajo determinadas categorías de la ley natural, pero, al igual que la semilla que se encuentra fuera de la tierra, él no puede ir más allá de los límites de cierta etapa; cuando adquiere consciencia de su verdadera posición y empieza a tratar de ascender por la escalera evolutiva a través de un esfuerzo autodirigido (vía El Sistema), de manera automática se ubica bajo la directriz del nivel superior de leyes a que hemos hecho referencia; a partir de ese momento su vida se vuelve algo enteramente distinto a lo que había sido antes. La analogía entre la semilla fuera de la tierra y la semilla dentro de ésta es exactamente aplicable al hombre; y así como el destino de la semilla es por entero distinto en cada situación, bajo distintas categorías de la Ley Cósmica, así el destino del hombre será por entero distinto si empieza a trabajar en sí mismo bajo el influjo del Esoterismo. Entonces entrarán en operación leyes que antes no hubieran podido afectarle, dando pie a la posibilidad de alcanzar un nivel de ser enteramente nuevo; un nivel que va mucho más allá de lo que pudiera concebir el hombre común. Es posible que en el plano exterior la diferencia no sea evidente, pero en el interior las diferencias se dan en todos los sentidos posibles. Esto no es algo que el hombre pueda alcanzar de un solo salto; se trata de un proceso gradual que implica muchos años de trabajo. Pero una vez que el hombre empieza a enfilarse por el Sendero esotérico, las limitaciones que lo mantienen circunscrito a su nivel cotidiano irán desapareciendo. Y entonces se abrirán nuevas perspectivas que van mucho más allá de lo que pudiera concebir la mente convencional. Como ya lo dijimos, no se da una metamorfosis repentina. El destino propio adquiere una nueva dimensión, debido a la nueva interpretación del verdadero vínculo existente entre el hombre y el Cosmos que las enseñanzas de El Sistema aportan sobre este trascendental aspecto.
Acabamos de referirnos a uno de los diagramas de El Sistema, que trata acerca de La Octava Lateral del Sol. La palabra «octava» aparece con mucha frecuencia en las enseñanzas de El Sistema, ya que se considera que la octava es una escala universal definitiva, cuyas ramificaciones, presentes en toda clase de condiciones y factores, afectan tanto al Hombre como al Cosmos. La escala musical de siete notas comprendidas en una octava simboliza el papel que desempeña el número siete en toda manifestación, de los niveles cósmicos más elevados a los más bajos y, por ello, la octava o escala musical se usa con mucha frecuencia para poner en claro ciertas enseñanzas y aspectos importantes de El Sistema. El aspecto más importante del uso de la octava (o escala musical) en relación con el hombre, es el hecho de que en dos puntos de la escala -cuando ésta se toma como la representación del desarrollo interior del hombre- es preciso administrar ciertas «sacudidas», a fin de permitir que el hombre pase de la nota alcanzada a la siguiente en orden ascendente. Esta es una enseñanza de lo más trascendente; en general muestra un profundo conocimiento del mecanismo interior del Cosmos, dado que cada fase del desarrollo cósmico, inclu-
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yendo el del propio Cosmos, está sujeta a esta ley acerca de las «sacudidas». Lo que estas sacudidas son, y cómo se administran, se deja al lector para que lo descubra a través de estudios más intensos de la literatura de El Sistema, de la cual el presente libro no es más que una breve introducción.
También acabamos de aludir al diagrama que trata acerca del Rayo de la Creación. Lo que hay que destacar aquí es que este particular rayo de creación no es más que uno de los millones que irradian en todas direcciones a partir del Absoluto; reviste especial significado para nosotros porque tanto el Sol como la Tierra se encuentran bajo este rayo especifico, mientras que los otros Soles y Planetas, infinitos en número, se encuentran bajo el efecto de otros rayos similares. Mucha gente supone que la vida sólo existe en nuestro planeta, y que no la hay en ningún otro punto del Universo. Este razonamiento es erróneo, como puede mostrarse fácilmente al estudiar las enseñanzas esotéricas. La vida está en todas partes, llenando cada porción del espacio, y manifestándose en innumerables formas, de acuerdo a la materia y a las condiciones de la parte del Universo en que esté localizada. La materia a través de la cual se expresa la vida en el nivel material constantemente se está destruyendo y renovando en todo el Universo, como los modernos astrónomos han empezado a darse cuenta. El espacio, en lugar de ser un vacío, es un lugar propicio para incorporaciones materiales cada vez más nuevas, actuando bajo el ímpetu de la vida que se manifiesta a través de tales incorporaciones. El vasto panorama de la Vida y la Creación fecundas nos proporciona, a través de las enseñanzas del Esoterismo, una mejor perspectiva del verdadero valor que los descubrimientos científicos han tenido hasta la fecha, cuando se consideran en una escala cósmica.
Otra enseñanza muy importante en relación con el tema del presente capítulo es aquella que establece que la Evolución en sí nunca hubiera sido posible sin una Involución previa; esto implica que la evolución del espíritu a través de formas materiales nunca podría tener lugar sin una involución previa de espíritu en materia. El espíritu proviene del Absoluto y se va cubriendo con formas cada vez más densas de materialidad a fin de promover el trabajo de creación cósmica (El Rayo de la Creación es una representación de este proceso). Cuando el espíritu ha llegado a su punto más bajo, reinicia su viaje en sentido ascendente, lo que se conoce como Evolución. Sin un descenso previo del espíritu hacia las formas de la materia, para cumplir con los propósitos de la creación cósmica en el nivel material, el retorno no podría suscitarse jamás. El concepto que la ciencia moderna tiene de la Evolución es bastante limitado; se le considera tan sólo como una evolución de forma sin ningún tipo de connotación espiritual; y aún cuando se le tome como un proceso de desarrollo espiritual interior a través de formas materiales cada vez más complejas, desde amibas, plantas, insectos, reptiles, animales, hasta llegar al hombre, no deja de ser una concepción parcial del proceso, como esperamos pueda darse cuenta ahora el lector. Este es un aspecto plenamente asimilado por todas las religiones y sistemas filosóficos orientales.
Las breves referencias que se han hecho a las enseñanzas de El Sistema acerca del hombre y el Universo nos ofrecen un vasto panorama cósmico donde se pueden apreciar ideas y conceptos que trascienden todo cuanto pudiera estar al alcance del actual pensamiento occidental; éstos amplían nuestra capacidad de percepción mental a tal grado que no podría compararse con nada existente en el pensamiento occidental. Y no sólo eso, también contribuyen a exaltar e imprimir vivacidad al espíritu, que en sí representa su mayor valor posible. Estas enseñanzas hacen ver claramente que el hombre es un factor esencial en el desarrollo del Universo, trabajando de manera recíproca con el propio Cosmos, en el supuesto de que en realidad esté consciente de cuál es su lugar especial en el Esquema Cósmico, y sepa además cómo aplicar ese conocimiento para llevar más allá su propio destino espiritual.
En el momento actual, ese destino permanece oculto a los ojos de la inmensa mayoría de las personas, y en consecuencia sus vidas carecen por completo de propósito, y aún cuando éstas les proporcionen ciertas recompensas en forma de satisfacciones materiales de naturaleza temporal, nunca serán de un carácter completamente satisfactorio. El hombre siente que le falta «algo» para lograr una felicidad completa en el hecho de vivir; pero lo que ese «algo» es no está en condiciones de descubrirlo, a menos que se ponga en contacto con el Esoterismo en una de sus múltiples formas; entonces empezará a darse cuenta de lo que ha estado faltando en su vida, la cual ha resultado estéril a pesar de los «triunfos» obtenidos en el mundo material. En síntesis, en tanto que el hombre no empiece a descubrir cuál es su verdadera relación con el Cosmos, como se explica en las
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enseñanzas esotéricas, seguirá siendo un huérfano vagando sin sentido y sin propósito en un mundo que le es por completo ajeno, y que por siempre le seguirá siendo; cuando el Conocimiento empieza a acudir a él, todo cambia de inmediato; en ese momento deja de ser un extraño gritando en el desierto, y empieza a sentirse en casa, en un mundo que tiene verdadero sentido y significado para él.
Esa sensación de «estar en casa» no se percibe al instante; al principio sólo es un concepto mental que se forma al estudiar las ideas y los pensamientos que hemos señalado de manera muy breve. Sin embargo, con el tiempo empieza a surgir un estado emocional definitivo en el cual uno se va sintiendo cada vez más en consonancia con el Cosmos. Esta sensación continúa desarrollándose a medida que se avanza en el proceso de trabajar en uno mismo, conforme a las enseñanzas de El Sistema. Sería imposible comparar el estado interior de alguien que está en esta situación con el que corresponde a quien continúa viviendo en el mundo cotidiano, sin la menor idea de lo que son las enseñanzas esotéricas, sin importar el nivel de superación que tenga, ya sea en el terreno filosófico, estético, artístico o científico. Tal persona estará viviendo en esencia fuera de las cosas, mientras que quien se dedica a trazar el sendero esotérico de acuerdo con las enseñanzas de El Sistema, en definitiva se encuentra dentro de las cosas. De ahí la enorme diferencia que priva en los sentimientos de tales personas, tanto hacia sí mismas como hacia el Cosmos en general.
En el presente capítulo no hemos abordado todas las facetas de las enseñanzas de El Sistema en lo tocante a la relación del hombre con el Cosmos; nos hemos limitado a aludir brevemente a algunas de ellas. Si esto ha contribuido a despertar el Interés del lector, puede estudiar el tema con mayor profundidad acudiendo a los trabajos de Ouspensky y del doctor Nicoll, que ya se han citado; nuestro propósito sólo ha sido dar una introducción al tema, a fin de demostrar lo vasto y omnímodo de las concepciones cósmicas que El Sistema puede poner a disposición de quienes saben apreciar lo que están recibiendo y que, en consecuencia, agradecen con toda humildad.
Sin embargo, no podemos concluir este capitulo sin aludir a lo que El Sistema dice acerca del bien y el mal. El Sistema sostiene que todo aquello que conduce al hombre hacia arriba, en dirección a su fin espiritual, es bueno, y todo lo que lo lleva hacia abajo, y lo aparta de ese fin, es malo; esto rompe directamente con la usual filosofía que se arguye sobre este tema trascendental. Ya hemos dicho que en el Universo opera un proceso descendente, donde el espíritu va avanzando hacia formas cada vez más concretas de materia (Involución), y un proceso ascendente, que va de las formas más inferiores de vida evidente hacia grados cada vez más elevados de consciencia y despertar espiritual (Evolución). Estos dos procesos son continuos en todos los vastos confines del Universo. Por tanto, todo aquello que contribuye al proceso evolutivo se considera bueno, y todo lo que lo impide se tiene por malo. Todo esto se vincula con el destino final del hombre, o sea, convertirse en un ser cada vez más consciente y en un colaborador, bien dispuesto, de la Fuerza Creativa Universal que lo ha traído a la existencia, al igual que a toda la Vida, cumpliendo así con el gran esquema creativo del cual es expresión el Universo.
De acuerdo con el Esoterismo, el Universo fue creado en primer lugar para dar expresión a la necesidad creativa del Absoluto en su aspecto doble de espíritu (o consciencia) y materia, donde el hombre, como parte de la creación, es un aspecto del proceso; su ascendencia es divina porque procede de LO QUE HA CONFERIDO EXISTENCIA A TODAS LAS COSAS, y finalmente se reintegrará a esa Divinidad que es su progenitora. El darse cuenta de lo que todo esto significa es de lo más impactante, como también lo es saber que el hombre, dentro de sí mismo, lleva la semilla de su propia divinidad. Y una concepción tan asombrosa como tranquilizadora es la de que todo aquello que conduce al hombre hacia su realización final es bueno, por el hecho de contribuir al Plan Divino; y todo lo que le impide lograr su destino divino es malo. El bien y el mal, considerados desde esta perspectiva, tienen muy poco o nada que ver con los juicios éticos o morales que se basan en las concepciones actuales, y esta distinción se establece claramente en El Sistema. Se dice que al hombre, en su condición presente, viviendo en su personalidad, bajo la influencia de las costumbres, las tradiciones, los preceptos de una religión ortodoxa, etc., lo que le orienta en relación con el bien y el mal es la consciencia adquirida, la cual es resultado de las fuerzas y los factores que hemos mencionado. Pero cuando el hombre empieza a trabajar realmente en sí mismo y a enfilar el sendero esotérico, empieza a emerger la verdadera consciencia; y es ésta la que con certeza nos dice si lo que estamos haciendo es bueno o malo en el sentido esotérico (o cósmico). La consciencia adquiri-
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da puede variar de un país a otro, y de un siglo a otro; es algo que siempre está cambiando. Pero la verdadera consciencia siempre será la misma, porque se basa en aquello que es inmutable y eterno.
Así, a medida que el hombre vaya avanzando por el sendero de su desenvolvimiento interior, y con ello alcance gradualmente su verdadero destino, más se irá ubicando bajo la égida de la verdadera o escondida consciencia que es la voz de la Divinidad que habita en su interior, y la que verdadera-mente lo guiará por el camino de regreso hacia su fin predestinado, que también fue su punto de origen. El movimiento hacia el exterior, con fines de manifestación, presupone el movimiento en retroceso, de nuevo en dirección al espíritu (o consciencia) verdadero, del cual es símbolo el YO VERDADERO, para todos aquellos implicados en El Sistema.
Se debe tener presente que si el hombre desea alcanzar su verdadero destino, éste requiere convertirse en un ser dispuesto a colaborar con la Fuerza Creativa que hay detrás del Universo, una vez que tome consciencia de lo que es este destino, tal y como le es revelado a través del Esoterismo. Por tanto, el surgimiento de la Verdadera Voluntad es un factor muy importante que se debe considerar.
El hombre debe ejercer su voluntad para convertirse en un ser más consciente en la realización de su fin. Tal uso de la voluntad difiere en gran medida de lo que comúnmente se toma por resolución en el mundo cotidiano. Quienes vivimos a través de la personalidad consideramos a la voluntad como el más intenso de los deseos incompatibles que pueden estar vigentes en un momento determinado. El deseo más poderoso adquiere una supremacía temporal, y eso es lo que consideramos como voluntad; sin embargo, es un fenómeno meramente transitorio, y pronto se ve reemplazado por otro deseo que obtiene una efímera predominancia, de acuerdo con las circunstancias del momento.
En el sentido de nuestro análisis, la Voluntad es algo enteramente distinto; es el resultado de tomar consciencia de lo que se requiere cuando uno se ha decidido a cumplir con el verdadero destino cósmico. Por tanto, es algo que se compone tanto de consciencia como de propósito interior, aunado a una determinación inflexible. Tal voluntad es la misma esencia del sentir del hombre, y emerge del propio núcleo de sí mismo. El desarrollo de la verdadera voluntad podría, en cierto sentido, ser el único propósito de El Sistema, ya que éste encarna lo que está implícito en la frase: trabaja en ti mismo. Se trabaja en uno mismo con el fin de desarrollar la necesaria fuerza de voluntad para llevar a cabo la tarea de alcanzar niveles superiores de consciencia, y así cumplir con mayor eficiencia los propios anhelos de desenvolvimiento interior.
Esta búsqueda no implica una progresión ordenada de lo que uno es a lo que uno está destinado a ser. Hay numerosos obstáculos por superar en el camino; uno de ellos es la continua serie de tropiezos provocados por la personalidad y su multitud de «yoes” que se oponen a El Sistema y a todo lo que éste representa. Tan pronto como uno empieza a experimentar progresos, la oposición comienza a librar la batalla dentro de uno, propiciando la pérdida de una parte del terreno que se había ganado; y así la lucha persiste, inclinándose a un bando y luego al otro, sin que se puedan ver claros avances hacia el propio objetivo. No obstante, sí se dan avances, y no sólo a pesar, sino en realidad a causa del conflicto que se suscita continuamente en el interior de uno, al buscar cumplir el requerimiento de Autorrealización que El Sistema determina y hace posible.
Finalmente, después de haber expuesto unas cuantas ideas básicas en relación con las enseñanzas de El Sistema, sentimos que es imprescindible hacer hincapié en el hecho de que el Universo es un símbolo de la unidad en la diversidad. Con esto se implica que todo en el Universo es la expresión de la Fuerza Creativa que se manifiesta en forma material, de manera que no importa qué tan prodigiosa pueda ser la supuesta diversidad de tales formas; todas ellas tienen una unidad subyacente. El Universo es una totalidad orgánica, independientemente de qué tan diversos y diferentes puedan ser sus innumerables aspectos. Esta es una verdad fundamental que el Esoterismo ha promulgado a lo largo de las épocas, pero que la ciencia moderna aún está lejos de asimilar. Para la mente moderna en general, por doquier impera una embrollada diversidad, sin que exista un principio unificador; y en lugar de ello, se tiene la sensación de estar disgregado de todo.
Sin embargo, cuanto más se ahonde bajo la superficie, más evidente va resultando la existencia de
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una unidad subyacente; y es en ese momento cuando se experimenta una sensación de unicidad y parentesco con todo lo que existe; es cuando uno se da cuenta de que todo proviene de la misma fuente común, y que no es más que la manifestación exterior de su bulliciosa fuerza creativa. Esta fuerza creativa, al igual que sus leyes, se expresa en todo y a través de todo. Nosotros no permanecemos fuera de esto, observando cómo operan tales leyes, ya que éstas actúan en nosotros mismos; nosotros, como todo lo demás, estamos sujetos a sus designios, como símbolos de la ENERGÍA CREATIVA que nos confirió la existencia.
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Capítulo XV
El Mensaje Final
Hemos llegado al capítulo final de este libro, cuyo propósito ha sido poner al lector en contacto con las ideas básicas del Sistema Gurdjieff para el desarrollo esotérico. Hemos hecho también algunas referencias a las comunicaciones de Krishnamurti, porque consideramos que apuntan hacia lo mismo que las enseñanzas de El Sistema, si bien con un enfoque un tanto distinto. Después de haber dado al lector una breve exposición, aunque, quizá, un poco complicada, acerca de una forma de pensar y vivir que puede ser diametralmente opuesta a lo que hasta ahora ha considerado como sus objetivos y anhelos existenciales, la pregunta pertinente es: ¿VALE LA PENA TODO ESTO? ¿Considera el lector que lo que de él se requiere para llevar a cabo la tarea de recrear su vida va en realidad a aportarle beneficios?
Por supuesto que cada quien deberá contestar esta pregunta fundamental por sí mismo. Es de esperarse que el lector no habría llegado hasta este punto si no anduviera a la búsqueda de algo más profundo y significativo que las ideas acerca de la vida que por lo general sostiene el pensamiento actual. Sólo aquellas personas que se sienten insatisfechas con lo que la vida les ha ofrecido hasta este momento, o que cuentan con ideas y generalizaciones acerca del sentido y propósito de la existencia, con base en lo que les ha aportado la lectura y la reflexión, pudieran haber tenido el interés suficiente para leer un libro como éste. Y son este tipo de personas las que consideramos idóneas para llevar a cabo el proceso de desarrollo esotérico (o interior); el hecho de que estén insatisfechas consigo mismas y con lo que hasta ahora han hecho de su vida, les permite ver, tras leer este libro, lo equivocadas que han estado en cuanto a la concepción de estos problemas; nunca antes se habían dado cuenta que la clave para afrontar toda esta situación reside en conocernos a nosotros mismos, que el conocimiento de uno mismo es la base para todo verdadero desarrollo Interior y para alcanzar la verdadera sabiduría.
Resulta muy fácil permanecer tal como uno está, agregando simplemente alguna nueva idea o pensamiento a nuestro propio cúmulo de conceptos y apreciaciones que hemos ido formando a lo largo del tiempo. ¡Es tan irremediablemente fácil perderse en determinado «ismo» o culto, y creer que se está progresando! Pero nunca podrá alcanzarse algo verdaderamente valioso a menos que tomemos consciencia de que tenemos que cambiar en nosotros mismos; que debemos convertirnos en personas distintas a las que ahora somos. Y para que estos cambios radicales puedan efectuarse, es esencial que iniciemos cuanto antes la tarea de entender lo que en realidad somos, y descubrir qué es lo que nos hace funcionar; es preciso que nos conozcamos a nosotros mismos, en toda nuestra cruda realidad, con todos nuestros defectos y fracasos, y el amor hacia nuestro yo (ese yo que no es nuestro verdadero Yo y que nos impide conocer nuestra realidad interior). Todo esto tenemos que descubrir; y mientras más luz arrojemos sobre nosotros mismos y nuestros verdaderos motivos, actitudes, emociones, etc., mayores posibilidades tendremos de empezar a despertar gradualmente del sueño de la personalidad en el cual habíamos estado inmersos toda nuestra vida; tenemos que despertar y vivir, y eso implica quitarnos la ilusión del yo que creíamos ser, que nos impide darnos cuenta de quiénes somos en realidad. Creemos ser aquellos que no somos, y mientras no tomemos consciencia de este hecho, no podremos empezar a convertirnos en lo que realmente somos (y fuimos concebidos para ser).
En esta tarea de auténtica creación, o más bien, de recreación de nosotros mismos, lo único que puede ayudarnos es el verdadero conocimiento esotérico, y el Sistema expuesto en este libro puede sernos de la mayor utilidad para alcanzar nuestro objetivo. Si el lector se encuentra vivamente interesado, debe leer In Search of the Miraculous (Fragmentos de una Enseñanza Desconocida, en español), de Ouspensky, para lograr una total comprensión de El Sistema, y también estudiar los cinco volúmenes de Psychological Commentaries on the Teachings of Gurdjieff and Ouspensky, del doctor Maurice Nicoll. Estas obras ofrecen ilimitadas oportunidades para trabajar en uno mismo debido a la luz que arrojan sobre las enseñanzas básicas de El Sistema.
Pero no se trabaja en uno mismo exclusivamente por razones personales. En primer lugar, no es
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nuestro yo el que se beneficia de nuestros esfuerzos; al menos no el yo al cual estamos acostumbrados. Ésta es la víctima que debemos de sacrificar a través de El Sistema a fin de permitir que el «YO” VERDADERO cobre vida en nuestra existencia y pueda entonces transformarla. Pero, además de esto, tenemos que trabajar con otras personas igualmente interesadas en trabajar en sí mismas, de modo que la conjunción de esfuerzos pueda ayudar a todos los interesados. En el Sistema que hemos expuesto, el trabajo se suele realizar en grupos; y distribuidos en el mundo, hay grupos que operan de esta manera, de modo que no sólo trabajamos en nosotros mismos, sino con otros, en grupo, de suerte que todos puedan resultar beneficiados.
Existe una razón más para desarrollar las enseñanzas de El Sistema: enriquecer El Sistema en sí. Si tratamos de seguir esta idea triple de trabajar en nosotros mismos, trabajar con otras personas y trabajar en favor de El Sistema, entonces nuestros esfuerzos se verán triplemente recompensados. Esta base de trabajar en tres direcciones impide que nos concentremos demasiado en nosotros mismos y en nuestro propio “avance». El concentrarnos en nosotros mismos puede tender fácilmente a fortalecer ese egoísmo que es nuestro principal antagonista; así que, en lugar de trabajar con el fin de aniquilarlo, como pensábamos, nos damos cuenta de que sólo hemos contribuido a acrecentar el poder que ejerce sobre nosotros. Esto subraya la necesidad de contar con asistencia al tratar de llevar a cabo las enseñanzas de El Sistema, y la conveniencia de trabajar con un grupo y bajo la dirección de alguien experimentado en la aplicación del Sistema.
Naturalmente, se requiere trabajar durante años en uno mismo para conocer algo verdadero acerca de nosotros mismos; es probable que lo que vayamos descubriendo se nos haga mucho, al haber recurrido a la observación de nosotros mismos y al aplicar las otras enseñanzas y técnicas de El Sistema, que se expusieron de manera breve en el presente libro. Eso que creemos haber descubierto acerca de nosotros mismos al principio es muy superficial, y el conocimiento real de uno mismo sólo se da después de años de pacientes esfuerzos. Pero tales esfuerzos son inmensamente valiosos en todos sentidos, ya que no sólo contribuyen a transformamos: también transforman nuestra vida entera, porque a medida que cambia nuestro nivel de ser, también lo hace nuestra vida. Al volvemos personas distintas en el plano interior, esto se verá reflejado en la forma en que la vida nos trata en el plano exterior.
Esta ley esotérica, mencionada en páginas anteriores, explica por qué sólo nosotros somos capaces de hacer que nuestras vidas realmente valgan la pena. Para lograr esto, no es conveniente recurrir a factores o agentes externos, pues ellos no pueden cambiar nuestro nivel de ser, y en consecuencia permanece tal cual, a pesar de todo cuanto podamos hacer o pensar. Es sólo cuando empezamos en realidad a trabajar en nosotros mismos, cambiando nuestros modos habituales de pensar y de sentir, que puede suscitarse algo genuino y permanente en nosotros, ya que el cambio en nosotros mismos es el requisito básico para lograr cambios en lo exterior. Este cambio en nosotros mismos sólo puede sobrevenir como resultado del conocimiento de uno mismo y el trabajo en la propia persona.
Se concluye el libro con una nota personal. El autor, a lo largo de toda su vida adulta, ha estado vivamente interesado en lo que se conoce como «pensamiento profundo». A los veintitantos años se distinguió por ser un ávido estudiante de filosofía, psicología, literatura, economía, etc., en el Toynbee Hall, al extremo este de Londres, bajo los auspicios de la Workers Education Association, teniendo como tutor, durante algunos años, al desaparecido C.E.M. Joad. Como consecuencia de todo lo que había leído, escuchado y reflexionado, se convirtió en un ardiente socialista y «reformador». Fue en ese entonces que el destino lo puso en contacto con la Teosofía (término occidental con el que se designa a la Antigua Sabiduría de Oriente). Bajo esta influencia, empezó a darse cuenta de que casi todo lo que el hombre occidental pensaba acerca de cuestiones como la «reforma» y el «progreso’, en realidad no eran más que puntos de vista superficiales. Se buscaba cambiar a la gente a partir de lo exterior, es decir, modificando las condiciones, brindando mejores oportunidades para expresarse a sí misma, etc.
El autor tomó consciencia, a través de sus estudios de Teosofía, que el verdadero cambio sólo puede emerger del interior de uno mismo; y en tanto no se diera este cambio interno, resultaba inútil todo cuanto pudieran hacer los demás por modificar las condiciones y comodidades en beneficio del hombre. Esto no resolvía los problemas individuales inherentes al hecho de vivir, y aunque podían
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cambiar de forma y contenido, los problemas básicos persistían, sin que pareciera haber una solución, simplemente porque no se estaban abordando en la forma adecuada, en realidad, «ismos» como el Comunismo y el Socialismo no lograban llegar a las realidades básicas. Muchos años atrás, el autor había llegado a la conclusión de que las religiones ortodoxas no ofrecían una solución a los problemas básicos de la vida, como tampoco lo hacen la ciencia y el materialismo.
En la Teosofía encontró por fin lo que había estado buscando, en el sentido de comprender el significado y propósito de la vida. Pero después de muchos años de teósofo, sentía que aún no había encontrado la clave definitiva, y aunque había llevado a cabo muchos cambios en su manera de pensar a través de sus conocimientos en Teosofía, todavía había algo que se le escapaba; y fue sólo hasta que se puso en contacto con los Psychological Commentaries del doctor Nicoll, que pudo descubrir la clave que requería. Y esa clave fue el conocimiento de sí mismo.
Si bien es cierto que esta enseñanza puede encontrarse en las obras teosóficas, el autor considera que no está presentada en una forma tal que pueda resultar comprensible para la mayoría de la gente; está expresada en términos y frases que tienden a desviar al lector de la esencia, a menos que tenga la fortuna de contar con un maestro que lo vaya dirigiendo adecuadamente. El autor quedará por siempre agradecido al Karma que le dio a conocer los Psychological Commentaries del doctor Nicoll, y considera que, al escribir el presente libro, está contribuyendo en una modesta proporción a pagar esa deuda; si este libro al menos logra atraer unos cuantos adeptos a El Sistema, sentirá que sus esfuerzos han sido plenamente recompensados. El autor no se ha desligado de la Teosofía, y las enseñanzas de El Sistema le sirven para ampliar y profundizar la comprensión de los conceptos teosóficos básicos, y viceversa.
El autor también considera que es justo comentar en este punto que, de acuerdo con su apreciación, la Cosmogonía que aparece en las fuentes teosóficas, es, en muchos aspectos, más amplia y profunda que la planteada en el Sistema Gurdjieff. Pero independientemente de ello, el autor considera que gracias a lo que le han aportado la Teosofía y El Sistema, ha podido obtener la solución completa al problema de la existencia. ¿Acaso alguien podría esperar algo más? Ahora sólo falta aplicar ese conocimiento y esa comprensión a la propia vida, de modo que año con año uno vaya acercándose más al corazón de las cosas, porque a medida que se incrementa el conocimiento de uno mismo, crece también nuestra concepción de la vida en una expansión general que cada vez va abarcando más del Cosmos; conocemos más de nosotros mismos, de cómo somos en realidad, y, como consecuencia natural, alcanzamos un mayor conocimiento del mundo exterior. Y un tipo de conocimiento se complementa con el otro.
Así, a medida que el conocimiento de nosotros mismos crece y adquiere mayor profundidad, la sabiduría y la concepción de la vida se desarrollan de la misma manera; en ese momento sentimos que al haber obtenido tanto, lo más adecuado es tratar de compartir nuestras riquezas con los demás. De ahí que muchas personas que están Involucradas en El Sistema traten de comunicarle a los demás lo que éste implica. Pero sólo responderán a este llamado quienes estén realmente preparados para llevar a cabo el proceso. Habrá otros que quizá pongan atención, e incluso se interesen de manera superficial, pero en realidad no lo están; y vuelven a replegarse en su actitud de indiferencia, o abrigan algún nuevo culto o «ismo», en la creencia de que en él, al fin, reside lo que habían estado buscando desde tiempo atrás. …Sólo para volver a caer en la desilusión, claro que a su debido tiempo. Pero aquellos que poseen un Centro Magnético (brevemente referido en este libro), y que están listos para recibir lo que El Sistema puede ofrecerles, se sentirán inmediatamente atraídos hacia él una vez que lo conozcan. En este contexto, el autor espera sinceramente que este libro contribuya en parte a despertar el interés en el tema. Y ¿acaso no es evidente que no hay nada que pueda revestir mayor importancia para el auténtico buscador; que el tener la oportunidad de entrar en contacto con El Sistema? Y en la idea de que al escribir este libro haya podido hacer algo realmente concreto para ayudar a alcanzar este objetivo, el autor da por terminada su tarea. Lo que sigue dependerá del propio lector.
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